Advertencias antes la proximidad de las elecciones
Prepárese… en solo seis meses tendremos nuevas elecciones generales. Accidentes afuera, inauguraremos nuevo Presidente y congresistas. Con un padrón electoral de alrededor de 26 millones de ciudadanos, hoy existen más de una veintena de agrupaciones que aspiran a –y harán todo lo que puedan para– alcanzar la mayor cuota de poder en las elecciones generales. Todo aquello con los beneficios económicos que esto conlleva en una nación con una institucionalidad prostituida. Como diría un simpático personaje norteño y posible cabeza de plancha presidencial, habrán planchas y equipos de aspirantes a congresistas “como cancha”.
En el pasado reciente, esta catarata de candidatos ha implicado que la tarea de estudiar tantas hojas de vida y exponerlas a tiempo a la opinión pública resulte casi imposible. Claro está, en medio de una batahola de tratamientos mediáticos y burocráticos selectivos, resulta lógico sospechar que no fue por casualidad que en las últimas elecciones se dejasen de depurar personajes con antecedentes deplorables.
Como las ideologías sí existen y las cifras globales no registran hoy un solo caso de una nación subdesarrollada económicamente exitosa bajo un gobierno socialista, resulta clave dilucidar las ideologías de los candidatos. Tomemos, pues, las inclinaciones ideológicas de los candidatos como promesas previsibles de éxito o fracaso. Pero entendamos las complejidades. Importa poco si el candidato es percibido o etiquetado como alguien de derecha, centro o izquierda. Incluso es igualmente bueno anticipar que resulta poco relevante si el candidato usa discursos de derecha, centro o izquierda.
Concretamente, es de izquierda si sus propuestas oprimen la libertad política y económica de las personas y empresas, y no respetan los derechos de propiedad. Es de izquierda maquillada cuando plantea propuestas opresoras de las libertades o que toman la propiedad ajena, mientras se usa una retórica de mercado. Es de centro izquierda cuando no tiene las agallas de decir que se es de izquierda. Y es g-marxista (etiqueta que nos recuerda al gran Groucho) cuando el candidato combina flacidez ideológica con tono estentóreo, mientras que destaca por su versatilidad ideológica. Y baila al son que le tocan las encuestas o las hostilidades mediáticas y burocráticas.
Aquí, dos advertencias caen de maduras. Primero, en el menú político local nunca han existido candidatos que se atrevan a ofertar abierta, significativa y sostenidamente propuestas defensoras de las libertades y la propiedad privada. A pesar de la arraigada propaganda ideológica, el etiquetado de candidatos o de agrupaciones de derecha en nuestro país, debería dibujar un conjunto vacío. Casi ininterrumpidamente, desde el inicio de la existencia política del Perú, hemos elegido –o tolerado– a izquierdistas o centroizquierdistas. Por esto a ningún observador acucioso no le sorprende nuestro atraso ni nuestra alta corrupción burocrática.
La segunda advertencia, si fue capaz de discriminar entre lógica de las propuestas y la retórica con la que se les envuelve (para hacerlas menos indefendibles), nos recuerda que las ideologías son vectoriales. Implican grados. Se pueden registrar rangos marxistas, cuasi marxistas, semi marxistas, semi liberales, cuasi liberales y liberales. Esto de acuerdo al valor concreto del ponderado de sus índices de libertad política, económica y de respeto a la propiedad privada.
Pero no soy ciego. Brian Kaplan tiene razón cuando nos recuerda que los electores están usualmente dispuestos a sacrificar su bienestar por sus creencias. En una nación que nace de la fusión del régimen incaico (extremadamente opresor) y el virreinato español (extremadamente mercantilista) no esperemos otra cosa que una amalgama de resignación, rentismo y tolerancia factual con la corrupción burocrática. Lo curioso aquí implica enfocar que ni los gobiernos que ganan los dos poderes dejan de ser manejados por estas dos poses ideológicas. Eso sí. Ninguno con diagnósticos y propuestas económicas particularmente iluminadas.
Se encontrarán además el desastre recesivo y epidemiológico de Vizcarra en proceso; el desprestigio nacional por sus inacabables escándalos de corrupción; y –particularmente– las innumerables bombas de tiempo (reposición arbitraria de maestros desaprobados, controles de precios e intereses, saqueos previsionales, incentivos a la informalidad, déficit fiscal descontrolado, explosión de la deuda pública y socialización de pérdidas bancarias) que nos va dejando un legislativo casi tan oscuro y políticamente ilegítimo como el Ejecutivo. Esto es lo que van a encontrar.
Y –nótese– esto es justamente lo que van a omitir aceptar durante la campaña. Algunos lo harán porque no saben cómo enfrentar la situación; otros porque no es conveniente atacar a un mandatario tan poderoso como el saliente; y otros, por astucia. Porque eso de denunciar el desastre y repetir que no sospechaban un cuadro tan complicado y difícil de revertir dibuja una justificación fácil de vender frente a un ambiente como el peruano, tan resignado, tan afín a los entuertos y tan mercantilista. En estos aires, además, les facilita mucho las cosas disponer de burocracias y medios de comunicación tan maleables.
Además, no resulta nada exagerado sospechar que bajo dos sucesivos gobiernos izquierdistoides (en los hechos) la izquierda local ha tomado control de la burocracia y –fiscalmente– de no pocos medios de comunicación. Menuda tarea de limpieza que heredarán los próximos presidente y congresistas, si esta vez llegásemos a elegir personas capaces y decentes.