Pablo Iglesias llega como salvador de la campaña de Castillo
Al margen de las leyendas negras con que se ha envuelto la Conquista de América y el virreinato español –finalmente la independencia aplastó y aniquiló al mundo indígena– la llegada de Pablo Iglesias, el líder de Podemos español, sí representa una verdadera actitud colonial con respecto a nuestro país. ¿A qué viene el líder que ha quedado último en las elecciones en Madrid y acaba de anunciar su retiro de la política española? ¿Renuncia en Madrid para ensayar en el Perú?
Algo más. Considerando la enorme cantidad de asesores cubanos, venezolanos y argentinos en el Perú detrás de la candidatura de Castillo, ¿acaso la visita del español revela que los estrategas latinoamericanos no dan más? La imagen es devastadora. La candidatura de Pedro Castillo es un portaaviones del colonialismo ideológico más pétreo.
Apenas conocidos los resultados de la segunda vuelta, Evo Morales se encargó de notificar que el eje bolivariano había sentado sus reales en el Perú. Sin embargo, tuvo que bajar el perfil ante la exigencia de Keiko de “que sacara las manos del país”. Todavía estaba fresco el recuerdo del cruce de espadas entre Hugo Chávez y Alan García que, finalmente, le posibilitó el triunfo al líder aprista.
Sin embargo, ahora llega un embajador comunista español que evoca todas las leyendas negras del colonialismo. ¿Por qué? Es incuestionable que todas las estrategias del eje bolivariano comienzan a fracasar ante la impresionante ola anticomunista que han levantado las clases medias –una ola que no debe detenerse bajo ningún punto de vista– y que tiene infinidad de expresiones sociales y políticas. La conducta de las mesocracias emergentes peruanas está fuera de cualquier manual, de cualquier libreto o de cualquier texto bolchevique clásico.
Ante esta situación las distancias se acortan y la gran batalla se despliega en los segmentos D y E. Y de pronto, los estrategas cubanos y bolivarianos no saben cómo enfrentar la ola anticomunista. Tampoco saben cómo detener el avance de Fuerza Popular en los segmentos D y E.
En este contexto, las alarmas comunistas se disparan y se echa mano de la estrategia insurreccional y se anuncian paros y marchas. Y, en el curso estricto de la campaña, se empiezan a utilizar piquetes neofascistas –que deberían ser denunciados públicamente– que ejercen violencia contra las actividades de Keiko Fujimori, tal como sucedió con los etnocaceristas en las elecciones del 2006. Peor para ellos: seguirán aislándose.
Únicamente la desesperación en el movimiento del lápiz puede haber llevado a la jerarquía bolivariana a autorizar la llegada de Pablo Iglesias, un político del promedio, que ha fracasado en su liderazgo en toda la línea y que se ha caracterizado por combinar una mediana formación doctrinaria con la clásica frivolidad comunista. La política le posibilitó cambiar de barrio con extrema rapidez: se mudó de la barriada obrera de Vallecas a una urbanización de millonarios, donde levantó un chalet con dos edificaciones y una portentosa piscina. Todo un ganador, como sucede con los cercanos a la jerarquía bolivariana.
En su calidad ex Vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez, deja una España devastada por la crisis sanitaria –la peor manejada en Europa–, sumida en una grave recesión y convertida en un país más de América Latina, por la guerra política y la polarización que promueven los comunistas. Sin embargo, viene a aconsejar a Pedro Castillo y Vladimir Cerrón, las versiones modernas del Felipillo de la Conquista.