A un gobernante que no fracase y que no sea corrupto
Aunque estas notas aspiran a serle de utilidad en la tarea de elegir un candidato/gobernante, debo advertirle algo. Aún la mejor elección posible no le garantizará mucho. No solo es la espantosa inercia económica y epidemiológica que se recibirá del ingeniero Vizcarra. El problema implica cómo se podrá gobernar maniatado por instituciones desacreditadas y descapitalizadas. Esto, dados los incentivos procorrupción prevalecientes: sin plena libertad de prensa, con burocracias infiltradas ideológicamente y cuadros técnicos de muy baja calidad, si los juzgamos por sus resultados.
Pero estamos aquí para dibujar una respuesta a la pregunta. Perdón… las preguntas, porque son dos. Una cosa es elegir un buen candidato (con probabilidad de ganar la elección y arrastrar un grupo parlamentario significativo) y otra –muy distinta– es elegir a un gobernante que no fracase tanto como los anteriores.
Tratándose de una plaza polarizada, la primera observación resulta inevitable. Escoja al mejor. Simplemente, al menos malo. Alguien que haya sido capaz de fondear legalmente una campaña. Las campañas –aún las cortísimas– son costosas. En estos procesos el precio del minuto en la televisión se eleva; enfrentará a ejércitos de sicarios y trolls; mientras que muchos electores querrán su bailongo, su polito y su butifarra. Aquí descarte al que le falta el respeto y le cuenta que “gastó tres soles” –o que usó solamente la dádiva burocrática– en la campaña.
Borre igualmente a los aventureros. Alguien oscuro le estará prestando plata ilegal; por ejemplo un narco, un billonario o un régimen expansionista. Haga lo mismo con quien se presenta sin haber pensado siquiera en cómo gerenciar la campaña. Note que este puede lucir franciscano, encantador o locuaz. Y que dirá justo lo que usted desea escuchar. De hecho, todos los candidatos inteligentes lo harán; pero aquel que no haya sido siquiera capaz de fondear su campaña, huele mal. Descártelo.
Asimismo, eso de “vengo a servir” y “soy extremadamente frugal” o me financian “amigos, polladas o mi pareja”, también apesta. Por otro lado, no importa cuánto nieguen o insulten a Vizcarra (recuerde el obsecuente voto de la izquierda en la última intentona de vacancia presidencial), o cuánto lo halaguen los medios de comunicación del régimen; evite a los protectores del gobierno saliente. Han sido seleccionados por algo.
Tomando en cuenta esta observación vote por alguno de los que le queden. Que no serán –con suerte– más de un par. Ahora bien, quienes superen este filtro deberán también pasar por el segundo. ¿Cuál –si lo eligiesen– podría ser un buen gobernante?
De las dos preguntas, esta resulta –de lejos– la fácil. Aquí supere eso de que ya no hay izquierdas, ni derechas. Sí las hay. De acuerdo a cómo se respetan las libertades y las propiedades, el planeta se divide hoy entre naciones más exitosas o fracasadas. Su candidato será un izquierdista (un marxista maquillado, uno inconsciente o uno rabioso) si lo que propone oprime –léase: escoge por usted o por su supuesto bien– su libertad política, económica o no respeta los derechos de propiedad suyos o de otros. Aquí no importa si es millonario, tiene un polo de Milton Friedman, si es miembro honorario de una sociedad de liberales o le cuenta que es un tecnócrata. El grueso de los gobiernos europeos con altos índices de liberalismo se autodenomina socialista. Mientras que la mayoría de los gobiernos latinoamericanos –con indicadores claramente marxistoides– usan un discurso neoliberal.
Guíese por los hechos. Si, en aras de ser popular, su opción electoral inventa o defiende turbias acotaciones tributarias, toma jubilaciones privadas, socializa pérdidas privadas, ofrece reformas políticas socialistas, crea nuevos ministerios, introduce controles de precios o de fusiones, que no le quede duda. Su elegido, elegida o elegide, es rojo. Y esto nunca se lo va a contar en la campaña. ¿Por qué no recomiendo votar por estos personajes? Pues, por la alta correlación entre la pobreza, el subdesarrollo y la corrupción, con la mayor opresión de los índices de libertad y de respeto a los derechos de propiedad. La pobreza se acrecienta donde se aplica lo que los candidatos de izquierda ofrecen.
Igualmente, no se olvide de los otros marxistas. Los seguidores del comediante Groucho Marx y eso de que “si no te gustan mis principios, tengo estos otros”. No son raros los candidatos que un día ofrecen esto, pero mañana sostienen que en realidad ofrecieron esto otro. Candidatos tan versátiles no le están mostrando sus debilidades o sus dientes, si llegasen al gobierno. Estos, tampoco son recomendables.
Y aquí, por favor, no se deje llevar por los clichés. Eso de que importa mucho quienes rodean al candidato (sus equipos). Esto tiende a ser cada vez menos relevante en nuestro país. Primero porque no tenemos partidos políticos con cuadros y electorados consolidados. Y segundo porque –bidireccionalmente- no hay lealtades políticas. Ahora bien, ni bien se conocen a quienes pasan a la segunda vuelta o quienes resultaron elegidos, los colaboradores se recolocan. Los ideólogos y tecnócratas de uno terminan siendo los colaboradores clave del otro. Rapidito. Y como las ideas de los todos grupos locales se parecen mucho (no sus retóricas), los llamados equipos estarán conformados por, digamos, gobiernistas profesionales. Ellos no tienen la culpa de a quien finalmente se le termina asignando el poder.
Como corolario, no olvide que en estos asuntos sí hay medias tintas. Los candidatos chavistones se disfrazan. Nunca muestran sus colmillos. Nunca. Si lo hacen, pierden la elección. No solo en Latinoamérica sino hasta en los Estados Unidos.