La democracia ante la crisis electoral
Para no correr el riesgo de una acusación ‘políticamente correcta’ de racismo, me apresuro a precisar que el título de esta nota alude al segundo verso de la famosa canción de Felipe Pinglo. Aquella que empieza diciendo “La noche cubre ya…”.
Y es que entre la trágica pandemia, la paranoia por la orwelliana censura del Gran Hermano en FB y otras preocupaciones, nos hemos olvidado de que nuestra democracia probablemente se esté cubriendo ya –desde hace un buen tiempo- de esta censura cercana y próxima a la cual cabe ponerle un crespón negro.
Todos los signos conducentes al proceso electoral, desde el golpe de Estado contra el señor Merino, lo estaban ya indicando. En verdad, desde antes, con el confusionismo lingüístico adrede de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Pues ya desde aquellos tiempos se relativizaban los términos de tal manera que la llamada entonces República Democrática Alemana podía ser efectivamente ´democrática´ por la simple nominación; tan igual como la subversión terrorista se podía volver ´conflicto armado interno´.
Y gradualmente hay palabras que se han vuelto impronunciables. No se trata de fraude, sino de infracciones; no se vacunó el señor Vizcarra por enésima vez como expresión de grosero despotismo, fue solo un error administrativo. ¡No se cayó, pues, se desplomó!
Y ahora nos encontramos con un proceso electoral solo ´viciado en mesa´. Cuando los antecedentes nos hablaban del fraude de un proceso integral y no solo del primer plano de las mesas electorales. En puridad, desde el reemplazo del Consejo Nacional de la Magistratura ya se había tomado el poder en un solo puño y con ello asegurado, en gran parte, el mismísimo resultado electoral.
A poco del periodismo le interesó indagar por qué renunciaban los miembros del Comité de Ética designados como veedores del proceso. Solo algunos levantaron las cejas ante la admisión del señor Vizcarra y de la señora Boluarte como candidatos, habiendo debido renunciar para serlo. Menos interesó la discrecionalidad para denegar algunas candidaturas. Y obvio que –producida la primera vuelta– poco profundizaron en las denuncias de un candidato que se había tomado el trabajo de contratar peritos para revelar el fraude; total, era un beato que profería ´malas palabras´.
Y nos encontramos con esta tríada electoral: RENIEC, ONPE y JNE. Con personajes digitados desde Palacio, pero confiando en su impoluta pureza. De la cual habrían de resultar muertos vivientes, actas que se llenaban a sola firma y un Jurado que –cojeando desde un principio por la falta de un miembro– votaba siempre tres a uno.
Hoy persisten en sus fechorías. Al margen de la ley que no importa ya. En la mañana aprueban disposiciones que anularán en la tarde; aceptarán la renuncia a quien no ha renunciado; pondrán suplente al titular vigente.
No hay dos bandos ideológicos enfrentados. En la primera vuelta la gran mayoría votó por la libre empresa, por la inversión y el empleo, contra las dictaduras y por la alternancia democrática; lo reafirman las encuestas post electorales. Lamentablemente la prensa, en vez de elucidar, exacerbó intereses y emociones, y presenta hoy un país dividido en dos.
Se ha birlado el voto ciudadano y con ello la soberanía popular y la democracia. ¿La ilegalidad avalará el ejercicio de la Presidencia?