Como consecuencia del intento de toma del Capitolio
En estos últimos días hemos atestiguado en Estados Unidos unos “días extraños”, que recuerdan a la película distópica de Kathryn Bigelow de hace veinticinco años, y que han servido de perfecta coronación para un año tan extraño como el pasado 2020.
Resulta que luego de los cuestionados –mal que les pese a los promotores y consumidores de “versiones oficiales” hechizas– resultados de las elecciones del 3 de noviembre y en el contexto de una masiva manifestación de simpatizantes de Trump, un grupúsculo de extravagantes, algunos armados, logró pasar el cordón de seguridad, en muchos casos con la sospechosa anuencia de la policía, para protagonizar una tragicómica photo-op (en la que no faltaron algunos antifa que vinieron seguramente por sana curiosidad) que acabó con muertos. Ashli Babbitt, una madre de familia simpatizante de Trump desarmada, recibió un disparo a quemarropa en el cuello, por obra de un agente de seguridad del Senado, mientras intentaba encaramarse sobre una barricada detrás de una puerta de cristal. Curiosamente, los mismos que se rasgaban las vestiduras cuando ocurrió el suceso policial que ocasionó la muerte del exconvicto George Floyd, dicen ahora que la exmilitar Babbitt se lo “merecía”. Así que no tendrá ningún mural heroico ni será recordada por nada. Los “nazis” (Arnold Schwarzenegger dixit) que irrumpieron armados fueron reducidos y arrestados y no hicieron uso de sus poderosas armas de fuego, pues el único oficial muerto fue golpeado por un extintor lanzado desde un par de metros en medio de la confusión en los exteriores del Capitolio. Si, como dice The New York Times, fue un intento de coup d’état, debe haber sido el más monse de la historia de toda la familia sapiens (neandertales incluidos).
Pero lo triste es que los grandes medios norteamericanos han empezado a insultar la inteligencia del público asumiendo que Trump es tan tonto como para creer que iba a lograr tomar el poder así. Si bien es cierto que Trump, haciendo uso de su sacrosanta libertad de expresión, convocó públicamente a sus simpatizantes a ejercer su sacrosanto derecho a la protesta (como lo hiciera, por citar un ejemplo, el alcalde demócrata de Nueva York Bill de Blasio, durante las muchísimo más sangrientas y violentas manifestaciones de Black Lives Matter), nunca convocó ni explícita ni implícitamente a tomar el Capitolio ni mucho menos a realizar actos violentos. Pero poco importa el peso de la evidencia: el mismo video en el que Trump pedía a sus simpatizantes desistir de actitudes violentas o ilegales, llamaba a la paz y ¡aceptaba su derrota! fue censurado por Twitter. Y no solo eso: las redes sociales optaron unánimemente por prohibirlo de por vida. Lo que siempre habían codiciado desde hacía mucho sus enemigos políticos se había cumplido: Trump sería privado de su medio de comunicación más utilizado, desde el que había logrado forjar su carrera político. Y no solo eso, Parler, la red social alternativa en la que había buscado refugio junto con muchos otros conservadores, fue práctica e increíblemente destruida por un boicot de Amazon, Apple y Google en cuestión de horas. ¿Tanto miedo tienen los grandes monopolios plutocráticos de Internet a quien califican como un “payaso errático”?
Alguno dirá que tales plataformas, al ser privadas, tienen todo el derecho de decidir a quiénes sirven y a quiénes no. Pero lo curioso es que manifiestan un doble rasero increíble: Trump y otras figuras incómodas (incluso el para nada descabellado ni extremista Ron Paul) han sido ya censuradas, supuestamente por transmitir “información falsa”, mientras que impunemente en esas mismas redes se siguen difundiendo con toda libertad viejísimos bulos históricos largamente rebatidos como la falsa colaboración del Papa Pío XII con el nazismo o teorías del complot bastante arriesgadas como el asesinato de JFK por la CIA. Se argüirá que tales bulos, como no comprometen la paz y la seguridad de los Estados Unidos, pueden seguir siendo amparados por la libertad de expresión, aun si son falsos o no comprobados. ¿Pero los tuits de la embajada china en Estados Unidos glorificando sus políticas de genocidio hacia los ughiures no serán amenazas para la seguridad universal del mundo?
Finalmente, algunos se han rasgado las vestiduras porque en un “lugar sagrado” (¡según el cardenal Wilton Gregory!) como el Capitolio han ocurrido estas escenas vergonzosas, indignas de la república y nunca antes vistas. La revista religiosa America de los jesuitas norteamericanos, en un artículo donde pide el encarcelamiento de Trump por estos sucesos, llega a decir: “The assault on the national capital will be remembered as one of the most despicable events in American history”. No me digan: Hiroshima y Nagasaki, el experimento Tuskegee o tantos otros crímenes históricos (reconocidos, para espanto de la CNN, por el mismo Trump) son comparables o incluso palidecen ante este sainete surrealista.
Pero este despicable event ha servido de mucho a los demócratas. A partir de la fecha, los clamores para “aplanar” a los trumpistas están alcanzando respetabilidad, desde los predios católicos progresistas hasta la revista Forbes. En conclusión, para Biden y sus secuaces, estos “días extraños” han caído del cielo.