Comprometerse en la construcción de una sociedad mucho más justa
Salpicados por la inmoralidad, hartos de mentiras o comprometidos con ellas, estamos permitiendo que los valores indispensables, básicos o mínimos para vivir en sociedad vayan desapareciendo. Nos estamos refiriendo a la vigencia de los derechos básicos, necesarios para convivir humanamente y en libertad, respeto, tolerancia e igualdad. Dicho de otro modo, al mínimo de legalidad y orden que una sociedad, diversa de por sí, necesita para asegurar el respeto y la vida democrática. Sobre todo cuando somos partícipes de una crisis social en la cual problemas como la violencia, la inseguridad, la desigualdad socioeconómica, la corrupción, la discriminación y la falta de respeto a la palabra dada se han apoderado de nuestra cotidianidad.
Resulta oportuno señalar que los actos realizados por el hombre, al corresponder a su naturaleza racional y tener carácter moral, reciben de la propia conciencia una valoración ética. No obstante actuar libremente, somos conscientes de que (por su estrecha relación con la justicia) generan consecuencias en la colectividad. Allí radica la importancia de afirmar mínimos comportamientos para construir una ética democrática formada por elementos básicos en los que todos podemos estar de acuerdo y que posibilitan la convivencia y la tolerancia. Una ética cuya construcción demanda exigencias tanto al individuo que requiere que su libertad, su modo de vida y elecciones personales sean respetadas (aunque no sean compartidas por la comunidad en la que vive); como también a la colectividad, que requiere de dichos mínimos para salvaguardar sus formas de vida y tradiciones, vale decir su cultura.
En tanto la ética permite aceptar el costo de hacer lo que creemos que es correcto, la lucha contra la corrupción nos plantea que reaccionemos a tiempo para evitar que los valores sigan en caída libre. Debemos tener en cuenta tanto a Cicerón en su afirmación de que “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio” como a Nicholas Wells en su mensaje: “En un mundo sin valores el camino correcto no existe, pues el destino final será igual para todos”.
El servicio público es la acción del gobierno para satisfacer las demandas y necesidades de las personas que integran el Estado. Y siendo ético actuar en el marco de la verdad, respeto y justicia sin buscar ventajas personales o de grupo, los momentos actuales ponen sobre la mesa de los servidores públicos, en especial de quienes asumen responsabilidades mayores (como el Ministerio Público o la Presidencia de la república), la reflexión y modificación de conductas que incrementan antivalores que destruyen la conciencia ciudadana.
La dramática situación que vivimos convoca la presencia activa y formal de la educación en valores, a fin de proporcionar a las personas la capacidad de reconocer el punto de equilibrio entre la libertad y la tolerancia. Y también de asumir retos colectivos y comprometerse activamente en la construcción de una sociedad mucho más justa, inclusiva, equitativa, intercultural y ciertamente democrática. Al constituir la educación un proceso de enseñar a vivir, corresponde a la familia sentar en el hogar las bases de los valores que orientarán el discurrir de sus hijos como personas y futuros ciudadanos. A las autoridades civiles y políticas, a los partidos políticos, relacionar en cada momento el decir con el actuar; y a nosotros, sumarnos activamente al reclamo del país de educar con el ejemplo.