Según la investigación realizada por Porras Barrenechea
Muchas veces me he preguntado cuál es el origen de lo que yo percibo como una cierta anomia o pasividad en el amor eficiente hacia nuestro país. Una actitud que veo reflejada, en estos tiempos, en la poca relevancia que se le viene dando al recuerdo o conmemoración del Bicentenario de la Independencia nacional. Una actitud de indiferencia que, a la larga, imprimirá una dosis de desgano y subvaloración hacia lo propio, hacia el conocimiento de nuestra realidad, hacia el descubrimiento de nuestras raíces y, por lo tanto, un letargo en el desarrollo de sentimientos de identidad, arraigo y pertenencia.
Como lo he señalado anteriormente, se acusa a la pandemia de ser la culpable de todo el infortunio de este país, grande y hermoso país. Y no es capaz, quien el infortunio causa, de reconocer su incapacidad, desidia y ceguera ante la inmensidad de posibilidades positivas que se podrían haber abierto so pretexto del Bicentenario.
Es en ese proceso de búsqueda que pensé que sería interesante retomar el conocimiento, búsqueda y reflexión del origen del nombre Perú y recurrí, inevitable y gozosamente, al extraordinario trabajo que hizo Raúl Porras Barrenechea en 1951 y que tituló, precisamente “El nombre del Perú”. Esa investigación acuciosa y seria, fue la ponencia que Porras presentó en el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, que se reunió en Lima en agosto de dicho año. En dicha oportunidad, el alemán Hermann Trimborn, expuso su teoría respecto a que el nombre de nuestro país había sido, de alguna manera, puesto por Pascual de Andagoya, tesis que Porras desbarató en una interesante confrontación académica con el francés Paul Rivet, premunido, con derecho propio, de un gran renombre y fama.
Para ese momento, Raúl Porras estaba en el zenit de su destacada carrera como académico, con no abundante producción bibliográfica y con larga y exitosa experiencia en el estudio de nuestra historia. En esa ponencia académica, Porras señaló:
El nombre del Perú no significa río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivado de Ophir. No es palabra quechua ni caribe, sino indohispana y mestiza. No tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana, ni en la lengua general de los Incas, como lo atestiguan Garcilaso y su propia fonética enfática que lleva una entraña india invadida por la sonoridad castellana. Y, aunque no tenga traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos españoles, tiene el más rico contenido histórico y espiritual. Es anuncio de leyenda y de riqueza, es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura y, geográficamente, significa tierras que demoran al sur. Es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral… Es evidente que mientras los funcionarios y los directores de la empresa vacilan, el nombre del Perú se arraiga en la conciencia popular y, sobre todo, se desplaza hacia el sur.
Es muy interesante tomar nota de la seguridad de sus afirmaciones y de las exquisitas y contundentes fuentes documentales que utiliza. Inclusive para referir que “…lo que se entiende Perú es desde Quito hasta la Villa de la Plata…”. Conviene entender que en 1951, Porras no se enfrentaba a un Perú al que, como pareciera percibirse ahora, se le había marginado (oficialmente y sin esconderlo) del conocimiento de su propia historia; es por ello que sus recursos son académicos y exhaustivos a nivel de investigación.
Traigo esto a colación porque en este momento, creo yo, resulta indispensable propiciar una y mil veces tanto el recuerdo como la reflexión sobre nuestros orígenes, sobre nuestro proceso de definición, de existencia y de individualidad. Es el momento en que los millones de peruanos deben recibir herramientas que los unan a su identidad, a nuestra riquísima historia, a nuestra singular y única naturaleza, a la diversidad de riquezas, a la variedad geográfica y, en fin, al reconocimiento del privilegio que significa el ser peruanos y la responsabilidad que ello conlleva.
Abundando en datos sobre el origen de nuestro nombre, Porras presenta una “Crónica rimada” de la que yo reproduzco sólo unos versos, pero que explican claramente el origen del nombre, el mismo que le fuera informado a Pizarro mientras se encontraba en Panamá.
En el tiempo que en este tiempo pasó
el buen Capitán por no descansar
después que mejor se pudo hallar
gran parte de tierra de aquello ganó.
Aquesta provincia, según se informó.
Perú se nombraba de su propio nombre,
de cuyo nombre ha tomado renombre
toda la tierra que el mismo pobló.
Estos versos fueron escritos en 1538, y el documento original se encuentra actualmente en la Biblioteca Imperial de Viena. Y, sin entrar ahora en los detalles de la historiografía, vale la pena señalar que nuestro nombre, único, sonoro, singular y referente, se ha asociado siempre a riqueza, extensión, futuro, esperanza y todo ello, sigue siendo una realidad que debemos re descubrir, amar y cuidar.