Consecuencias de la elección de este domingo
Es incuestionable que estas elecciones son las más dramáticas de la historia republicana. El motivo: Pedro Castillo, Perú Libre y el Movadef, no ocultan el programa comunista y autoritario que levantan, a diferencia de las estrategias, por ejemplo, que aplican los proyectos bolivarianos en la región. El dramatismo aumenta porque Perú Libre, más o menos, nos dice lo siguiente: con nosotros toda la historia se refundará sobre nuevas bases ideológicas y, por lo tanto, todo lo que se ha construido hasta hoy solo ha sido el prolegómeno de nuestra llegada. La misma imagen de los bolcheviques, de los nazis y de los comunistas chinos de la Revolución Cultural antes de arrasar con sus respectivos países.
Si en la década de los noventa, el Perú y la sociedad habían derrotado militar, política y socialmente, al devastador terrorismo de Sendero Luminoso, ¿cómo es posible que hayamos llegado a una situación en que el maoísmo o el marxismo más ortodoxo pretende ganar una segunda vuelta a través del sufragio? Algo más: ¿cómo es posible que esta situación se presente cuando –en las últimas tres décadas– el PBI se triplicó, se redujo la pobreza del 60% de la población a solo 20%, y la sociedad se transformó en una de mayoría de clases medias hasta antes de la pandemia? El Perú era una estrella emergente, una estrella en América Latina, pero hoy el maoísmo pretende ganar por las ánforas. ¿Cómo?
La única explicación que existe: el país enfrentó una guerra política, una guerra civil sin balas, en la que un sector pretendió excluir a otro con todas las artes habidas y por haber. De que los dos sectores echaron mano de la industria de la exclusión, no hay duda. Pero hay responsabilidades que los verdaderos historiadores, los nuevos Basadre, tendrán que dilucidar. De eso tampoco hay duda.
La guerra política envileció las instituciones, derrumbó la calidad de la construcción republicana, y la política y la institucionalidad se convirtieron en los peores enemigos del crecimiento, la inversión privada y la reducción de pobreza. Esa guerra política subordinó todos los asuntos de la gobernabilidad a la exclusión del rival. Y de pronto, Martín Vizcarra, uno de los grandes villanos de nuestra historia, se convirtió en un héroe porque era capaz de romperle los huesos a la oposición. La administración Vizcarra fue la mejor antesala de esta segunda vuelta con el maoísmo de protagonista.
Si gana Keiko Fujimori el suscrito no tiene la menor duda de que la guerra política terminará. Por supuesto que los sectores que gobernaron en los últimos gobiernos, sin haber ganado una elección, seguirán presionando por la sinecura estatal, sin embargo, todo será diferente con el fin de la guerra. Pero habrá otra guerra que deberá librarse para que el sistema republicano sobreviva: la guerra contra la pobreza y la nueva insurrección comunista. ¡No nos engañemos!
Es seguro que esa guerra contra la pobreza se ganará también.
En este contexto, es evidente que emergerá una nueva política ante el terremoto político del maoísmo. No obstante, la obligación de los republicanos será continuar con la única guerra que produce instituciones y libertad: la guerra cultural, la guerra ideológica. Tendremos que cortar las raíces neomarxistas y colectivistas de todo el andamiaje cultural que se ha levantado en América Latina y que explica la agonía de la libertad en nuestra región. En ese sentido, la gran guerra ni siquiera ha empezado en el Perú.