Si vamos a seguir juntos, debemos tener un proyecto común
“Firme y feliz por la unión” es el lema oficial de nuestro Perú. Fue usado por primera vez en las primeras monedas de oro y plata acuñadas por la naciente República en 1825 y 1826. Lamentamos constatar que en doscientos años de vida republicana, solo en terribles tiempos de guerra, invasión y desastre nos hemos unido. Y tan precariamente que en poco tiempo volvimos a lo nuestro: cada quien por su lado.
No se trata de obligar a unirse, eso es un enorme contrasentido. Nuestro Perú cuenta con diversos territorios, regiones y subculturas (en el mejor de los sentidos), y no hemos sabido llevar adelante juntos la promesa de una unión firme y feliz. El rasgo más característico de nuestro Estado fallido es no haber sido capaz siquiera de enunciar esa labor, mucho menos de llevarla a efecto.
Ni la culinaria ni el fútbol son suficientes. Más bien resultan elementos agravantes, al no convalidarse en otros temas realmente fundamentales, como el mínimo bienestar material y una cierta homogeneidad en el nivel de vida en esos diversos territorios, regiones y subculturas. No es cuestión de más o menos dinero. Como nunca en nuestro historia, los gobiernos regionales y municipales han tenido en sus manos generosos presupuestos que han dilapidado en forma grosera, burda y criminal. Sin un proyecto sólido de unión y sin principios de coexistencia, solo seguiremos agudizando las contradicciones, propiciando con ello que prosperen obsesivas ideas “refundadoras”, colectivistas, liberticidas y estatistas.
Desde las diversas instancias del Estado debemos ejecutar acciones hacia un objetivo común: que las condiciones materiales de bienestar y acceso a servicios públicos (estatales o privados) sean tan equitativas como resulte posible, donde quiera que nos encontremos, a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional. Solo si los beneficios de estar juntos resultan mayores que las dificultades y costos que debemos enfrentar, la unión de territorios, regiones y subculturas que llamamos Perú será en verdad cada día más firme y feliz; en vez de precaria y frustrante como es la realidad que hoy sufre al menos casi la mitad de nuestro compatriotas.
En 1825, el Perú contaba con siete provincias: La Libertad (costa y sierra norte), Lima (costa central), Junín (sierra central), Ayacucho (sierra centro-sur), Cusco (sierra sureste y Amazonía), Arequipa (costa y sierra sur) y Puno (Altiplano). Teniendo en cuenta hoy la Amazonia como una entidad separada de Cusco, podemos entonces considerar al menos ocho territorios de origen y hacer la correspondencia con el mapa del bicentenario, que cuenta con 26 circunscripciones (24 regiones y dos provincias especiales).
Ya sea que nos encontremos en cualesquiera de los territorios de origen o las circunscripciones de hoy, nuestros ciudadanos deberían tener acceso a un nivel de vida, servicios de educación, atención de salud, sistemas alimentarios, mercado laboral, justicia y seguridad equiparables. Hay condicionantes y restricciones que pueden dificultarlo; nuestra geografía es difícil, la demografía es densa en ciertos espacios y escasa en otros. Por ello se habla de una brecha de infraestructura, con la consiguiente necesidad de llevar adelante obras para que se propague acceso a oportunidades, prosperidad y desarrollo. Un alineamiento de nuestros territorios, tanto como sea posible, se impone para justificar y potenciar la unión de esos territorios. De otro modo, preparémonos para que las fuerzas centrífugas nos lleven a lo más saludable, si no somos capaces de ponernos de acuerdo: la secesión.
Veamos qué podríamos proponer para el alineamiento de la costa y sierra sur, empezando por la Ciudad Blanca de Arequipa, que es un espacio urbano al borde del límite demográfico. Requiere con urgencia iniciar la implantación de un gran sistema de transporte urbano masivo para dar el salto hacia una metrópoli moderna y sostenible. Una mezcla de medios como tren, tranvía, teleférico y trolebús –entre otros similares– se avizora viable y eficaz, haciendo que el actual sistema de buses, custers y combis se conviertan en vías alimentadoras del gran sistema masivo.
Además, el crecimiento de la nueva metrópoli debe apuntar a la conurbación de otras urbes medianas y pequeñas. Arequipa tiene un futuro metropolitano que mira al mar. Con un sistema de tren de cercanías (velocidad máxima de 200 km/h) que la enlace con Pedregal, Camaná y Mollendo definiría una gran metrópoli longitudinal que uniría costa y sierra sur, con servicios portuarios incluidos. Se podría vivir potencialmente en cualquier punto de esa trayectoria y elegir trabajo, estudios o esparcimiento en otro punto de ella. Se consolida un gran espacio urbano que sustente el desarrollo metropolitano, con el consiguiente incremento de oportunidades y nivel de vida.
Se puede esbozar ideas respecto a otras regiones para que grandes obras de infraestructura sostengan ese alineamiento requerido para desplegar su potencial. Hay mucho por explorar y proponer. Esa perspectiva nos permitirá, mediante labores tangibles, hacer que esa unión firme y feliz que prometía el lema de la naciente república, que hoy llega al bicentenario, pueda retomarse como el gran sueño colectivo que merecen, como homenaje póstumo quienes ofrendaron su vida por nuestra patria y por nosotros.