Se votó por Pedro Castillo, no por una asamblea constituyente
El secretario general de Perú Libre, Vladimir Cerrón, dice que la victoria de su partido “no se debió al antifujimorismo, sino a su programa”; pero en el Perú la gente no vota por programas sino por o contra candidatos. Votó por Pedro Castillo, no votó por una asamblea constituyente ni por los contratos del Estado ni por Marx; votó por un candidato nuevo, un personaje con sombrero blandiendo un gran lápiz y con la palabra “pueblo” como mantra. Antes de la segunda vuelta (encuesta de IEP mayo 2021), la gente (47%) decía que votaría por Castillo por que sería un cambio (en políticas concretas), por rechazo al fujimorismo (29%) y porque Castillo simbolizaba a los pobres.
El sur y centro andino siempre vota por el cambio respecto a lo que le antecede. La ideología no cuenta. Para la primera vuelta en 1980, Fernando Belaunde la hizo en el todo el Perú, menos en Puno (en manos del FRENATRACA) y el norte (en manos del APRA). Barrió en la sierra, lo que prueba que el docenio militar se había agotado. En 1985, Alan García se llevó todo en la sierra, frente a la izquierda de Barrantes, que solo tomó Arequipa y Huancavelica. No ganó la ideología sino el caudillo novedoso. En 1990, el rostro nuevo, Fujimori ganó en la sierra central y el sur andino, además de Lima. Vargas Llosa ganó en la sierra norte y el oriente peruano, además de Ica y Arequipa. El APRA aún tenía el norte. En la segunda vuelta, Alberto Fujimori ganó en todas menos en Loreto. En 1995, Fujimori fue reelegido y arrasó por todas las regiones, ya que representaba desde 1990 un cambio respecto a la democracia de los ochenta.
En 2001, Alejandro Toledo se llevó todo, menos Ica y La Libertad. Ocurrió que el fujimorismo se agotó y de nuevo ganó el voto reactivo contra lo reciente. El primer depósito electoral de un partido radical antisistema fue Ollanta Humala en la sierra y el sur andino en 2006. Alan García, que era el voto “salvador” frente al chavismo, conquistó la costa, con excepción del sur y Tumbes. En la siguiente elección (2011) nadie detendría a Humala, que nuevamente se haría con la sierra centro y sur contra Keiko Fujimori, que solo la haría en Lima, Cerro de Pasco y la costa norte del Perú. Ya estábamos avisados.
El escenario de 2016 resulta sugestivo, en la primera vuelta Keiko Fujimori se lleva medio Perú: el mapa arriba de Huancavelica, Ayacucho, Cusco, todo menos Cajamarca. En la segunda vuelta con PPK ocurre un fenómeno raro, el “gringo lobbista” le arrebata a Keiko Fujimori todo el sur andino, Cerro de Pasco y Huancavelica. PPK no representaba a la izquierda sino a la derecha mercantil. Nuevamente avisados, hasta PPK le ganaba el sur andino. El antifujimorismo ya era un bolsón electoral. Antauro Humala hubiera podido hacer de las suyas en una segunda vuelta. Y así fue, solo que el antisistema de 2021 no fue Antauro sino un profesor ligado a sectores radicales del magisterio y aupado a última hora (subraye “aupado” y “a última hora”) a un partido marxista leninista. A Castillo no le interesa Perú Libre, tiene su propio proyecto ¿Que no han reparado que los partidos son “combis” y “financieras” de campaña? Castillo ganó en el sur andino y la sierra central en primera vuelta. En segunda vuelta su mapa electoral no varió.
Castillo obtuvo 18% en primera vuelta, muy poco frente al fragmentado 82%. Un 36% votó por el conjunto Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y Hernando de Soto, con lo que la derecha obtuvo el doble que Castillo. El problema era, para variar, el “anti” de Fujimori. Todos los adversarios la querían en segunda vuelta. Era demasiado pedirle que se abstenga, pero no hacerlo era peligroso. Quizás, la unidad en torno a López Aliaga, infatigable y con un peculiar carisma, hubiera podido ser novedosa en el Ande. Un frente democrático de última hora hubiera cambiado la historia, pero no teníamos una bola de cristal.