Más informada, pero no más racional
Cuando González Prada, en el Politeama, proclamaba el valor de la juventud con su célebre “¡los jóvenes a la obra, los viejos a la tumba!” no se refería a la edad sino al pensamiento. Allá quien lo tome literalmente y se lleve de encuentro la sabiduría de sus padres o la templanza de sus abuelos, que ya mucho tienen con ser los desahuciados del mercado laboral y de la vida social.
Ser viejo hoy –a ver, hijo, si captas– es cruzar la línea de los cuarenta (¡!), pese a la mayor esperanza de vida. En la Edad Media se moría poco antes, poco después. Creciste en un tiempo de paz, uno en el que la democracia fue constante ¿Corrupción? No es una novedad, si de algo te debe servir el libro de Alfonso Quiroz sobre la historia de la corrupción que coloqué sobre tu mesa, es para que te percates de que la corrupción es un mal que nos ha signado durante toda la república y aún antes. La diferencia es que hoy todo se sabe. ¿Te imaginas una camarita espía o una interceptación o una prensa libre o un colaborador eficaz en el velascato? Sin ofender, porque te ofendes rápidamente mientras miras un documental que glorifica sus galones; pero deberías saber cuántos pobres del campo y migrantes han muerto sin estatua.
Tienes la ventaja de haber nacido en un tiempo en el que la tecnología te lo ofrece todo: celular, cable, redes, streaming. Claro que un celular 24/7 tiene sus ventajas, te la puedes creer todas y creer sabértelas todas; pero sabértelas mal en realidad, y creértelas más que yo. Más información te conduce a una mayor desinformación, cuando no a más perplejidad.
Nosotros los “X”, que así despectivamente nos llaman, nacidos entre 1970-1980 (boomers fueron tus abuelos) leíamos en los periódicos de papel y exigíamos rigor al periodista porque dependíamos de él. Si teníamos que investigar para un curso, la sudábamos entre papeles de biblioteca. No había Wikipedia. Tampoco creíamos que solo teníamos derechos. La forja por el sufrimiento nos convirtió en ciudadanos llamados a los deberes públicos. Claro que entiendo tu desencanto y que protestar es un derecho, pero no me pongas en el basurero de la historia, que aunque seas más susceptible que los de mi tiempo, y creas que solo tienes derechos, yo hurgo en el futuro para darte un futuro.
Yo postulé a la universidad estudiando con una vela a media noche porque a un grupo terrorista sanguinario se le dio por matar gente y, de paso, por volar torres y apagarnos la ciudad. Yo vi Tarata y la explosión del Canal 2, vi una serranía repleta de ataúdes. Aunque era menor, padecí las colas del segundo lustro de los ochenta, las colas y los miedos, el pan popular, la leche mala, la hiperinflación. Con todo me esforcé y me prometí un porvenir. Y lo vi como un cielo que se abre cuando los muros ideológicos que separaban a los hombres comenzaron a caer. Yo era un escolar que colgaba de los buses, vi gente comiendo nicovita, vi a policías y alcaldes morir. Por cierto, eran tiempos en que salíamos con miedo y con miedo salían los policías, los soldados y los marinos, carnes de cañón que se la jugaron y murieron para que tú tuvieras la paz que hoy tienes y para que no fueras preso de una Siberia o sumes a un montón de cráneos, tenebroso sueño de un Pol Pot. Pero, créeme que a mi sufrida generación (no desprovista de pestes raras tampoco) nadie glorificó. Solo nos llamaron “X”, así a secas, como inexistente, vacua, pasajera, olvidada.
Mi generación se sacrificó para que tuvieras lo que hoy tienes. Y créeme, con menos artilugios, teníamos un pensamiento, una crítica y siempre un por qué.