El papelón protagonizado por la indescriptible Dina Boluarte en Davos confirma que en este gobierno no hay excepciones, todos son de la misma calaña, ineptos y corruptos.
Si algún ingenuo y desinformado asistente al evento en Suiza tenía todavía dudas sobre lo que ocurre en el Perú, Dina las despejó de golpe: se trata de un gobierno anti minero, anti inversión privada, conducido por un hato de incompetentes.
El asunto es ahora Dina está en primer plano por varias razones. Primero, la Contraloría ha alertado sobre una flagrante violación a la Constitución –¡otra más! – de la inefable ministra, pues era presidenta del club Apurímac y firmaba actas, al tiempo que ocupaba un cargo en el Estado que le impide gestionar intereses.
Eso, por supuesto, le importa un comino a Dina y sus secuaces. Está en su naturaleza zurrarse en la legalidad. La horda que ha asaltado el gobierno tiene dos genes que marcan su ADN: la informalidad y la ideología.
Ellos provienen de ese mundo que algunos caviares ensalzan e idolatran, el enorme universo de la informalidad, que permite subsistir a muchos peruanos, pero que a la vez es una traba fundamental para el desarrollo y el ordenamiento de la sociedad y el Estado. Y a la vez profesan la ideología del socialismo del siglo XXI que, con el pretexto de combatir el orden establecido, propicia y alienta la transgresión de las leyes y la corrupción.
Dina, al igual que Pedro Castillo y su gavilla, son la encarnación de esas corrientes.
Si han podido llegar a donde están, es por el apoyo incondicional de los caviares, que creían que podrían beneficiarse con este gobierno y sabían que serían desplazados si perdía Castillo.
Solo así se explica como el JNE pudo permitir la candidatura de Dina, que violaba explícitamente la Constitución que prohíbe a cualquier empleado de un organismo electoral ser candidato si no ha renunciado sin la debida anticipación. De hecho, por esa razón, ella fue excluida de la lista parlamentaria de Perú Libre. E increíblemente se le permitió postular a la vice presidencia.
Si, conforme a la ley, el JNE la quitaba, toda la lista quedaba descartada, porque ya Vladimir Cerrón había sido apartado por estar sentenciado por corrupción.
Esta es una de las más claras evidencias del fraude electoral perpetrado por la mayoría del JNE con el respaldo total de los caviares, sobre todo por el gobierno de Francisco Sagasti.
También Dina está involucrada en otros delitos, como lo mostraron varios reportajes de Claudia Toro en el programa de Beto Ortiz en Willax, pues sus familiares hacían negocios con el Estado cuando esa banda ya estaba en el gobierno.
A ellos, como he señalado, eso les importa un bledo. Están acostumbrados a eso, es su modo de vida. Pero el punto es que las instituciones que deberían actuar defendiendo la legalidad y sancionando el delito no lo hacen. La corrosión caviar las ha desnaturalizado.
El problema para Dina es que su obvio apetito por reemplazar a Castillo y su aconchabamiento con la mafia caviar para tal efecto –se dice que ya tiene premier y gabinete listo, aconsejada por alguien que tiene tanto hambre de poder como ella-, colisiona con los intereses de Cerrón su banda de dinámicos.
Como ha recordado Mario Ghibellini, la censura de la impresentable Betssy Chávez con los votos cerronistas, es una clara advertencia de lo que le puede ocurrir a Dina. (“Se los decimos a Betssy para que escuche a Dina”, “El Comercio”, 28/5/22).
En medio de esta situación caótica, los peruanos se siguen hundiendo en la miseria y el país se va desintegrando. Entretanto, las instituciones que deberían hacer algo para impedirlo, duermen. O se acomodan.