Tal vez una de las ideas más seductoras, de las múltiples que plantea Nassim Nicholas Taleb en su ya extensa obra, es una expuesta en “El Cisne Negro”: «La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos». Esa incapacidad, siempre según su línea de pensamiento, va asociada al problema que plantean la ostensible arrogancia humana sobre lo que creemos saber y las implicancias que ella tiene en las actividades relacionadas con la predicción y hasta con la proyección. Esta última, además, suele verse afectada por el olvido de las fuentes de incertidumbre ajenas al propio plan, lo que el talentoso matemático libanés llama «el tunelaje».
La recensión sobre la obra de Taleb viene a cuento ante la situación política actual del país. Hace más de veinte años, a la implosión del régimen fujimorista, la izquierda caviar volvió a probar las mieles del poder. Valentín Paniagua decidió incorporar a su gabinete ministerial a destacados representantes de ella. Fue su dulce venganza contra Alberto Fujimori, quien la trató con gran crueldad. En 1990, la aupó a su proyecto político por algo menos de un año y, cuando abrazó el Consenso de Washington, se deshizo de ella sin la menor consideración.
El contacto con el poder fue adictivo para la izquierda caviar. Despertó en ella el sueño de modelar el país a su voluntad. Acoderada en la academia, fue creando “expertos” que tenían una conciencia desmesurada de lo que sabían y un desdén muy profundo por lo que no sabían. Los medios de comunicación de una plutocracia analfabeta los proyectó ante la opinión pública como una especie de oráculos en los temas más diversos. Ellos -que, curiosamente, habían servido al general Juan Velasco Alvarado con diligencia- conocían a la perfección la receta para construir una democracia eficiente en el Perú. Paradojas de la vida.
II
El miedo de Alejandro Celestino Toledo Manrique al APRA y a Alan García hizo que, junto con Fernando Olivera Vega y el extinto FIM, la izquierda caviar formara parte de su «Garde-du-Corps» política. Afanosos fueron allanándose en los casos promovidos por sus ONG ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, para tener a raya al temido enemigo. Al tiempo que engordaban sus arcas con dineros del Estado, armaban una trama de procesos por crímenes de lesa humanidad que podría ponerlo en apuros cuando fuera necesario.
Las elecciones generales de 2006 fueron ganadas por Alan García. Pudo haber sido un muy mal momento para la izquierda caviar. Pero no lo fue. El odiado enemigo de ayer estiró la mano para lanzarle algunos mendrugos que satisficieran su insaciable apetito por los fondos del presupuesto público. No con la generosidad de Paniagua y Toledo, es cierto. Algunos de sus especímenes sobrevivieron en puestos públicos o llegaron a ellos, mientras muchos otros tuvieron que verse sometidos a los rigores que impone la jungla darwiniana de la actividad privada. Terrible.
La llegada de Ollanta Humala Tasso -y de su esposa, Nadine Heredia Alarcón- fue la apoteosis. Ella y él no le temían a Alan García, lo odiaban como en el viejo valse: sin medida ni clemencia. La izquierda caviar corrió a los brazos del militar que despreciaba por su pintoresco pensamiento etnocacerista y éste la acogió y amamantó con furor. Fue un quinquenio que la acostumbró a la vida muelle que ofrece el poder público. Ya no solo tenían ministros, altas direcciones y consultorías, copaban el aparato jurisdiccional del Estado (CNM, PJ, MP y TC). Era el momento de construir una red que impidiera que volvieran a echarla del poder que los votos le negaban.
III
La victoria de Pedro Pablo Kuczynski Godard encontró no sólo la necesidad del viejo banquero de contar con una fuerza choque política, sino una mejor preparación y disposición para copar el aparato público. Pero, la felicidad no dura y un buen día el presidente tuvo que renunciar. Amenazaba con llegar el momento del regreso a la nada. No fue así. El sucesor del renunciante pasó de ser amigable con el fujimorismo en marzo a declararle la guerra política en julio. El escándalo político judicial originado por el caso “Cuellos Blancos” parece haber tenido mucho que ver en ese extraño giro. El hecho es que, desde julio de 2018 hasta el cierre del Congreso el 30 de setiembre de 2019, la agenda caviar se impuso en la política peruana para introducir una serie de cambios constitucionales que pomposa y ridículamente se dieron en llamar “reforma política” y “reforma electoral”. Ya vimos sus resultados.
El propósito era evidente: el poder caería como fruta madura en sus manos. No fue así. Aunque tuvieron una representación mayor de la usual en el Congreso complementario, el pueblo una vez más les negó la mayoría. Claro, esa falencia fue compensada por el poder mediático que cultivaron. Las denuncias de corrupción que cayeron sobre el fantoche que sucedió al presidente renunciante provocaron la declaración de vacancia por incapacidad moral permanente. La izquierda caviar -tan vocinglera siempre en la lucha contra la corrupción- pugnó porque permaneciera en el cargo hasta el 28 de julio de 2021. La mayoría del Congreso no estuvo de acuerdo con eso y licenció al ocupante precario de Palacio de Gobierno.
Lo que vino después fue alucinante. Los banqueros y los medios de comunicación se aliaron -junto a los gremios empresariales- a la izquierda caviar para provocar una retahíla de marchas -amplificada por la proyección mediática- que terminó en la renuncia de Manuel Merino de Lama, a la sazón presidente del Congreso y, en virtud del artículo 115 de la Constitución, encargado de las funciones presidenciales hasta las siguientes elecciones generales, que ya estaban convocadas. Asumió en su reemplazo Francisco Sagasti Hochshauler, con quien el poder de la izquierda caviar se consolidó.
IV
Así se llegó a las elecciones generales de 2021. Era el momento soñado por los adoradores del historicismo y diseñadores del programa que los llevaría al poder. Era la oportunidad de convencer al Perú de que la Constitución de 1993 -y no la pésima gestión de su fantoche- era la responsable de los 184,000 muertos durante el primer tramo de la pandemia, así como del hundimiento de la economía y la multiplicación del desempleo, la ruina y el hambre. Además, el pueblo peruano tendría que comprender que sus problemas se resolverían con lenguaje inclusivo -ese absurdo juego lingüístico del las, los, les-, el enfoque de género, la legalización del aborto y el matrimonio igualitario.
Olvidaron un dato crucial: la Historia se diseña a sí misma y lo hace siguiendo el impulso invencible de la fuerza del azar. Los expertos de la izquierda caviar no entienden esto, porque creen que la Historia sigue un curso determinado que ellos no solo pueden predecir con exactitud, también pueden conducir a voluntad. Ignoran que las variables de la sociedad actual han llegado a tal grado de multiplicidad que es imposible tenerlas a todas en cuenta. Ni se diga, entonces, de la posibilidad de controlarlas.
Así llegamos a la aparición de ese “Cisne Negro” llamado José Pedro Castillo Terrones. Ninguna de las eminencias caviares se percató de los dos poderosos motores que impulsaban su campaña: el magisterio y los ronderos. Silenciosa y humildemente fue avanzando en una campaña personal que, una vez más, demostró cuánto se ha exagerado el papel de las redes sociales y los medios de comunicación en la competencia política. Él se veía como la mayoría y hablaba como la mayoría. Al igual que ella, rechazaba el enfoque de género, el aborto y el matrimonio igualitario. Ni se diga del ridículo jueguito del las, los, les. Le arrebató Puno a Lescano, también Cusco, Tacna, Arequipa, Apurímac, Huancavelica, Ayacucho y Junín a Verónika Mendoza. Al mismo tiempo conservó sus bastiones.
Epílogo
El profesor José Pedro Castillo Terrones y el partido al que representa, Perú Libre, no le han mentido a nadie. Él y su partido propusieron un cambio total de la Constitución. Ese cambio debía darse a través de una Asamblea Constituyente. Se declararon, abierta y públicamente, marxistas leninistas mariateguistas. Aplaudían a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Las llamaron democracias. No se avergonzaron de sus lazos con el PCP-SL, solo los pusieron en sordina. Presentaron un programa radical, que pudo ser leído por quien quisiera en el portal electrónico del Jurado Nacional de Elecciones. Sus candidatos al Congreso y sus antecedentes fueron expuestos a la luz pública. Así que, si alguien ha sido engañado aquí, fue quien se engañó a sí mismo. Nada hay que reclamar.
Fue la izquierda caviar quien quiso ignorar que la relación entre mencheviques y bolcheviques siempre ha terminado con los primeros aplastados por los segundos, y optó por apoyar a José Pedro Castillo Terrones y a Perú Libre en la segunda vuelta. Creyó que el presidente electo traicionaría a su partido y a su programa, y la preferiría a ella. No fue así. Eligió cumplir sus promesas y gobernar con su partido. No darle el poder a quienes habían sido rechazados por el pueblo.
La ira caviar se ha desatado en una retahíla de mensajes en las redes sociales. Airados condenan la designación de un presidente del Consejo de Ministros que no es suyo, como si alguna cláusula constitucional obligara al jefe de Estado a designar los ministros con su anuencia. Carecen de título para protestar. Ellos nos impusieron este gobierno y nada pueden hacer hoy. Es tarde para su llanto. Su arrogancia y frivolidad les hizo olvidar la advertencia de Lucrecio: «Zeus ciega a los que quiere perder».