La Cancillería y su tradición de liderazgo regional
El 18 de enero último se dio a conocer un comunicado, el cual suscribí, referido a la necesidad de que el Perú, a través de la Cancillería, exprese un radical rechazo a la recurrente violación de los derechos humanos, situación que se viene dando en países de nuestro hemisferio.
Deseo destacar algunos aspectos que considero de importancia. El primero es que el Perú ha suscrito acuerdos internacionales relativos al respeto irrestricto de los derechos humanos. Y por ello, cuando estos son violados y las libertades cortadas o disminuidas, es indispensable que los Estados que han firmado acuerdos internacionales los cumplan, cuando menos expresando su rechazo y repudio. No estamos viendo esa actitud de soberana expresión ni mucho menos de mínima empatía o responsabilidad hacia las sociedades que viven en estos momentos graves situaciones políticas y sociales que afectan a sus ciudadanos, ni escuchamos una voz que signifique la voluntad del Gobierno peruano de rechazar formas de política que van contra el fundamento de los acuerdos suscritos. Y no se trata de una injerencia en asuntos internos de otro país; se trata de que el Estado a través de sus acciones y su vocero oficial, debe actuar en concordancia con las obligaciones adquiridas o, actuar con coherencia y retirarse de pactos, denunciar acuerdos y manifestar su rechazo con los principios democráticos, de justicia y libertad que, en otro momento, se comprometió a defender.
En el citado comunicado se hace referencia a los casos de mayor preocupación como son los de Cuba, Nicaragua y Bolivia. Pero mi comentario en esta oportunidad busca llamar la atención sobre la importancia que ha tenido a lo largo de los años la voz del Perú y cómo, quienes nos gobernaron elevaron una voz valiente y contundente, que lideró en diversos momentos el accionar de otros Estados. El Perú se hacía respetar y se le respetaba, su voz se elevaba en el concierto de las naciones tanto de manera individual como en foros internacionales haciendo saber que por muy sureños que seamos, por muy pequeños y tan solo en vías de desarrollo, por poco determinante en la balanza de la economía mundial, somos un Estado soberano, de voz clara y pensamiento coherente y así nos hicimos oír. Esa actitud es la que se reclama ahora.
Si bien son varios y muy destacados los momentos de nuestra historia en los que el Perú adquirió liderazgo internacional por su actuar decidido, solo me voy a referir a dos de ellos:
El primero que deseo recordar es el momento final de la II Gran Guerra, cuando la victoria no había reducido el sabor a culpa en los Aliados. No obstante la certeza del horror que se había vivido, era necesaria una reactivación económica que pudiera asegurar un renacimiento a partir de las cenizas en que habían quedado muchos países. En esas circunstancias, el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, obtuvo el 19 de diciembre de 1947 la aprobación del Congreso estadounidense del European Recovery Program (ERP) más conocido como el Plan Marshall, que fue difundido como una acción indispensable y para ello se destinó US$ 17,800 millones para acciones de reconstrucción. Ante esa declaración, se hizo presente la voz valiente y audaz del canciller peruano Enrique García Sayán quien suscribió un documento fechado el 29 de diciembre de ese año señalando que si bien podrían ser necesarias acciones efectivas de reconstrucción, ellas no podían marginar a los países de América Latina y con esa convicción, promovió con audacia una reforma al citado Plan. Para nuestro canciller quedaba claro que no era aplicable un empeño de recuperación y rescate orientado única y exclusivamente a los países Aliados de Europa, en tanto no pocos otros Estados, como era el caso del Perú, habían aportado mucho a esa causa y estaban también sufriendo las consecuencias de lo que fue esa “inenarrable catástrofe global”. El Perú ofreció una nueva visión de la situación que se vivía, alejada de una mirada unilateral, convenida y estrecha del Plan Marshall y señaló la justa exigencia de los países que como el nuestro, estuvieron dispuestos a hacer esfuerzos de solidaridad y por ello elevó su voz y asumió un gran liderazgo enfrentando con argumentos objetivos y con valentía, las decisiones de Estados Unidos.
Otro momento histórico y que implicó una incomparable dosis de convicción, principios y valentía fue la conducta que exhibió el canciller Raúl Porras Barrenechea. A solicitud del Perú, se convocó a la reunión de cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), a celebrarse en San José de Costa Rica, para atender en conjunto un tema hemisférico de gravedad como era el de una posible expulsión de Cuba de la Organización, propuesta que venía siendo liderada por Estados Unidos de Norteamérica. En un gesto que conmovió a muchos y disgustó a no pocos, el 23 de agosto de 1960 nuestro canciller pronunció un discurso en el que dejó claramente sentada su opinión en contra de la expulsión de Cuba. Fue un acto de dignidad y claramente principista que tuvo un alto costo personal, pero elevó al Perú a la condición de líder de posturas contrarias a las de la mayoría, pero expresadas con solvencia y dignidad. Porras estaba convencido que elevar su voz era indispensable para evitar que el pueblo de Cuba fuera “ajusticiado” políticamente sin poder ser escuchado y menos aún incorporado al diálogo. Si bien las consecuencias son conocidas y Cuba recibió una sanción liderada por Estados Unidos, el Perú se mostró como un país líder y no como parte de un grupo de ciegos seguidores de intereses subalternos.
Los ejemplos mencionados son pertinentes ahora y lo serán siempre. Es por ello que cuando un grupo de ciudadanos pedimos que el Perú se haga oír, queremos que lo haga coherentemente respecto a los acuerdos y cartas que ha suscrito, que se comprometa con lo que sucede en países hermanos, en nuestro hemisferio o fuera de él, lo hacemos no solo por derecho a opinar, sino porque nos sentimos herederos de una tradición de hombres que supieron colocar el honor nacional, los valores de la tradición patria y sus ideales fundantes por delante de intereses temporales.
Nuestra Cancillería –y lo digo con conocimiento y orgullo– nos ha ofrecido en el pasado múltiples expresiones de notable defensa de principios y causas justas que han sido, en mucho, gracias a la voz y el actuar de personas con reciedumbre de carácter, solvencia ética y capacidad de mantener de manera invariable no solo la defensa irrestricta de los intereses del país, sino la tradición de una conducta de coherencia y liderazgo. Mantener ese lineamiento es un mayor clamor ahora cuando vemos que, además, se exhibe cierta tibieza respecto a la indispensable reacción en defensa de la integridad del país y ello se da, cuando recordamos que el 28 de enero del 2014, el Perú logró un triunfo histórico en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, defendiendo su territorio ribereño y el derecho al mar territorial. Resulta increíble que ese esfuerzo de la diplomacia peruana, en la que mi padre tuvo un rol destacado y ampliamente reconocido, sea hoy pisoteado sin pudor.