Medios que niegan a su público la posibilidad de pensar por sí mismos
Hace pocos días habían capturado a los miserables asesinos de un policía incendiado vivo en Puno. Dada la situación del país, eso era noticia: seguir móviles y relaciones. Pero de pronto la prensa ´no alternativa´ –la supuestamente impoluta– prefirió destacar un lamentable caso más de feminicidio que aquel del vil asesinato del policía. ¿Consideraciones periodísticas o intereses subalternos?
El gran maestro George Herbert Mead, maestro de Charles Morris, ya nos había hablado de la importancia de la tríada Mente, Lenguaje y Pensamiento. Y siguiendo esta matriz el semiólogo pragmático Charles Morris nos había puesto en la pista de que todas las sociedades proponen a sus individuos un discurso instructivo que subraya la teleología o finalidad social, que ubica al hombre en un tiempo y espacio dados y que otorga las herramientas para actuar sobre él.
A partir de ello lógicamente se tejen discursos competitivos. Que si el discurso oficial no es capaz de metabolizar pueden devenir en subversivos. Es decir, atentatorios contra el propio discurso oficial, impidiendo el libre y legítimo ejercicio de la autoridad.
Es claro así que la subversión puede adquirir varias dimensiones. La política, que consiste en la lucha por la supremacía de las ideas; la económica, que al eludir impuestos entorpece la acción del Estado; la social, derivada de necesidades básicas no atendidas; y, finalmente, la militar, obviamente consistente en el alzamiento en armas contra el sistema oficial.
A lo anterior podríamos sumarle un concepto clave para las democracias modernas: aquel de la autosubversión de Estado. Es decir, capturar el Poder por vías tal vez legales pero para hacerlo implosionar desde sus entrañas.
Y es claro que el Perú estaba signado ya por manifestaciones contestatarias y por un sólido movimiento subversivo y terrorista llamado Sendero Luminoso. Que aprovechándose de la polarización social y de no pocas malas artes, logra capturar el Poder con el señor Pedro Castillo.
Durante meses la opinión pública y la prensa fueron testigos de la gradual implosión del Estado. Funcionarios ignorantes, junto a otros que cumplían el doble papel de dinamitar el Estado desde dentro y a la vez obtener recursos económicos para sí y para la causa que habría de advenir.
Desde un principio vimos la destrucción y copamiento de instituciones; desde un inicio vimos desfilar una pléyade de improvisados que se sucedían uno tras otro; y desde el inicio del régimen asistimos al azuzamiento popular que llegó a su máxima expresión con los llamados consejos ministeriales descentralizados. Simple pretexto para llegar a diferentes lugares del Perú no con promesas de construcción sino de destrucción. Ulterioridad programada.
Desde un principio hubo, pues, la consigna de la destrucción del Estado. Cuya continuidad –también prevista y debidamente financiada– está en los sucesos de zonas liberadas que aún se perpetúan.
Más allá del guión ideológico (y crematístico) del señor Castillo, debe destacarse el triste papel que cumplió cierto periodismo. Que no solo cubría por horas y con repeticiones todas y cada una de estas acciones de destrucción sistémica, sino que hasta las aplaudía. Lamentable también el papel de ciertos periodistas que por ´buenismo´ o ´culpismo´ también batían palmas, a pesar de que su cerebro debía indicarles que el camino no era el correcto. A no ser que mediasen ventajas económicas especiales.
Lo hemos dicho. La soberanía de la nación está menoscabada pues hay zonas geopolíticamente importantes en manos de la subversión. Pero también está coaptada la soberanía individual pues esa misma prensa –al negarse a decir las cosas por su nombre– niega a los individuos su capacidad de pensar por sí mismos. La sanción de fake news –por estar en manos de quien está– es un instrumento muy útil para pretender ser prensa alternativa sin serlo verdaderamente.