Una bomba de tiempo fiscal
En pocos días, y con algo de suerte, elegiremos una nueva plancha presidencial y a una andanada de congresistas. Dada la situación económica y epidemiológica arrastrada, requerimos algo más de buena suerte para elegir bien. Necesitamos de una institucionalidad electoral transparente y de criterio por el lado de los electores. Aquí los candidatos solo son lo que son y sus propuestas además de acomodaticias, resultan mayoritariamente populistas y flácidas, desde el punto de vista técnico. Pero nótese: ellos no son tontos (repiten lo que la mayoría quiere escuchar, conscientes de que esto es algo iluso), y los electores tampoco lo son (distribuyen estratégicamente sus preferencias). Repito, esto es lo que hay. En términos de candidatos y agrupaciones políticas; de la neutralidad estatal o la libertad de prensa; y –visiblemente– de los financiamientos de campaña, algunos informales (narcotráfico y minería ilegal) y otros foráneos (Foro de Sao Paulo).
Dios mediante, en doce días usted podrá tomar la azarosa decisión de ir a votar en medio de una pandemia y estará restringido por la eficiencia de la burocracia local y las novísimas regulaciones electorales del corrupto vizcarrato.
Frente a esto, esta vez les he preparado un cuarteto de gráficos para recordarle puntos de los que pocos hablan hoy. Estos nos llevan a una visión comparativa sobre cómo le va a la economía nacional a pocos días de la eventual asunción de un nuevo gobierno. Particularmente, cada uno de los gráficos comparará lo que recibieron los últimos cinco presidentes electos. Es decir, lo que les dejaron en materia de crecimiento, sostenibilidad fiscal, comercio exterior o patrones de acumulación. Ese reflejo de las gestiones una burocracia crecientemente socialista y mercantilista con Alberto Fujimori (hoy preso), Alejandro Toledo (hoy preso), Alan García (hoy difunto), Ollanta Humala (hoy virtualmente preso) y Francisco Sagasti (verosímilmente preso en el futuro mediato, como previsiblemente lo serán sus accidentados compañeros de régimen, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra).
Si estas líneas tienen una lección meridiana esta es que lo que se recibe resulta un reflejo directo de la gestión económica previa. Nunca fueron los pretextos, ni los desastres naturales, ni la crisis financiera global, ni la pandemia china. En segundo lugar, hoy se trata de tomar el gobierno en una economía en declive. Y tercero, recuerde que la ideología prevaleciente y su corolario (la ineptitud y corrupción de sus burocracias) lo han cambiado todo. Aunque no lo queramos ver, hemos caminado hacia la izquierda como en su momento lo hizo Venezuela, Chile y la Argentina.
Llegados a este punto, no nos engañemos: el candidato ganador recibe una pavorosa recesión explicada por la maduración de los retrocesos hacia un socialismo mercantilista aupado hasta por las agencias multilaterales washingtonianas. La recesión a recibir nunca fue explicada por la pandemia. Fueron terribles errores desde el gobierno. Consecuentemente, esto hoy no se resuelve con medidas tibias o ideológicamente mojigatas. Los procesos de deterioro regional se caracterizan por ser recurrentes. Se requiere liderazgo para un drástico cambio de timón hacia el libre mercado.
En los dos últimos gobiernos de izquierda el daño acumulado ha sido severo. Hoy exportamos mucho menos a pesar de los extraordinarios precios internacionales que recibimos. Para quebrar esto hay que desmontar regulaciones, cerrar ministerios y entes estatales, minimizar el déficit fiscal y re priorizar el gasto. Y puntualmente dejar de endeudarnos enloquecidamente para financiar gastos no priorizados.
Se recibirá una bomba de tiempo fiscal. No solo la recesión hace que recaudemos menos impuestos. Nos endeudamos muy mal. Las ofertas de Lescano, Mendoza, Guzmán y la otra docena de candidatos resultan pamplinas de deplorable fundamento técnico. Lo peor que nos podría pasar es que ellos cumplan con la palabra empeñada a sus electores (y a sus acreedores ideológicos y financieros). El ajuste fiscal ulterior implicaría un monstruoso costo social. Esta película la venimos viendo hace varias décadas.
Pero existe algo peor. Como plaza no solo nos hemos endeudado tremendamente, hemos perdido la magia, al quebrar el círculo virtuoso inversión privada/comercio exterior. Aún hoy con extraordinarios precios externos no hemos incrementado significativamente nuestro grado de apertura comercial. Esa variable que se asocia a muchos milagros económicos en todo el planeta. Hoy parecemos otra Venezuela, Bolivia o Nicaragua en curso. Y recuérdelo, traspasar esta inercia nos enfrentará al poderoso Foro de Sao Paulo. Un litigio costoso y con pronóstico reservado. Tienen demasiados recursos y cómplices locales.
Finalmente. Si algo afectará macroeconómicamente el margen de acción de los próximos inquilinos de los viejos edificios de la Plaza de Armas y la Plaza Bolívar, será el colapso inversor explicado por los enormes errores y corrupción burocrática de la triada Humala-Vizcarra-Sagasti. Al llegar deben denunciarlos y deslindar con ellos.
El Perú no solo malgastó una imagen global positiva; ha construido una imagen global de espanto. No será fácil que nos vuelvan a tomar en serio. Abundan los candidatos de todos prontuarios y tamices –ideológicos o judiciales– que no parecen haberse dado cuenta de esto, ni someramente. A la hora de votar, por favor, recuérdenlo.