Frente a la la receta pro pobreza y desigualdad del Foro de Sao Paulo
Debo informarles que no soy parte de la llamada Generación del Bicentenario. Sí, soy parte de una generación previa. Otra generación que tuvo el tiempo de detectar, parafraseando a Charly García, que otra vez “a la noche estaba todo mal”. Que, como sostenía Simón Bolívar, debemos evitar caer “en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos, casi imperceptibles, de todos los colores y razas”.
Empezaré recordándoles lo que los bicentenarios ya deberían saber. Que entre los años setenta y ochenta caímos en una desgracia económica y nivel de corrupción similares a los de la Venezuela de hoy; y que llegamos a ser casi tan estancados y atrasados como la Bolivia actual. Y que esa caída fue desastrosa para nuestro pueblo. Nuestro PBI por persona apenas rozaba la cuarta parte del actual y la incidencia de pobreza envolvía al 70% de la población. Nos empobrecimos y corrompimos a niveles que hoy parecemos haber querido borrar de nuestra memoria. Nos costó más de una década iniciar la inconclusa recuperación. Pero lo sugestivo de esto hoy –en medio de las dos vueltas electorales y de los dudosos cómputos de la ONPE– pasa por reconocer que los poderosos monopolios económicos y mediáticos, algunos países vecinos y la frondosa burocracia del vizcarrato desean hacernos regresar a ese infierno, y a como dé lugar.
Esta no es una columna electoral. Lo que tengo claro son los vocablos hambruna y atraso a los que esta opción nos podría acercar. Y eso es lo que deseo recordarles a los castos de la generación del bicentenario. Que existen unos lagartos sorprendentes: los camaleones.
Tal como muestra la Figura I, existió pues una generación (la mía) que sufrió la parábola vertical del hambre y el atraso. Donde la construcción económica del futuro (la inversión privada) era de escala decreciente. Donde la corrupción burocrática era masiva y generalizada; pero no existía oficialmente porque la libertad de prensa era sojuzgada. Donde existían decenas de esos bastiones de rapiña llamada empresas estatales. Donde el mercader vivía del hambre del pueblo, enriqueciéndose él y los burócratas de ocasión. Donde el socialismo era el nombre bonito que escondía un totalitarismo extremo.
Perdimos casi todo: empleos adecuados, proyectos, jubilaciones, ahorros y hasta la más elemental libertad. En nivel de vida, nos alejamos drásticamente del primer mundo y del resto de Latinoamérica.
Pero lo desgarrador fue la explosión de la pobreza de los más pobres. Les robaron con una inflación explosiva mientras se espantaba la inversión privada con reglas mercantilistas y socialistas. Esto no lo dice la historiografía oficial peruana. Y esto, tal vez explique por qué vemos a los bicentenarios tan desconcertadamente confundidos. Ellos hoy ya podrían estar inmersos en su propia parábola vertical. No han entendido que el pensamiento crítico sin conocimientos es fanfarronería. Muchos resultan virtualmente ciegos respecto a lo que nos está pasando
Sí. Con Humala la parábola vertical de la generación del bicentenario ya habría iniciado su trazo, con la inoculación de las reglas mercantilistas-socialistas y el pésimo estatal manejo de la pandemia en la última década. El puntillazo final hoy es el detalle. Puntualmente, que se aplique la receta propobreza, procorrupción y prodesigualdad del Foro de Sao Paulo. Y no lo olvidemos, la megarrecesión de 2020-2021 lo complicará todo. Tan crítica resulta la debilidad fiscal hoy, que el que llegue al gobierno deberá impulsar prioritariamente la inversión privada en todos los rubros. Si esto no sucede, tal como pasó en los setenta y ochenta, ustedes bicentenarios verán décadas de atraso, hambruna y corrupción rampante.
Recuerde nuestra propia historia: Cuanto más se busque redistribuir desde un escritorio, más desigual será la sociedad; y cuanto más pobre y menos educado sea un peruano, más injusta será su porción en la cuenta a pagar.