La mañana de ayer, ante un país incrédulo, circuló la noticia de la muerte del sanguinario líder terrorista Abimael Guzmán Reinoso, camarada “Gonzalo”. Lastimosamente, los daños irreversibles causados al Estado peruano y, principalmente, a miles de familias peruanas que vivían en condiciones muy precarias no ha llegado a su fin. Tal vez una de las máximas alegrías que ha tenido el condenado a cadena perpetua antes de morir haya sido ver llegar al poder a un puñado de peruanos camuflados en el partido político “Perú Libre” y en sus aliados que abierta y expresamente se han vinculado al marxismo, leninismo, maoísmo y pensamiento Gonzalo. No pretendo relatar aspectos de su captura sino resaltar las consecuencias fatídicas que aún amenazan la paz social y el estado derecho, después de 29 años de su captura física.
La inviable utopía ideológica o romanticismo político de una sociedad que anhela igualdad, libertad y fraternidad no tiene parangón. Vasta levantar la mirada a países vecinos y caer en la cuenta que el sueño de la unidad bolivariana no sólo es caduco, sino que lleva al colapso total de los países que abrazan este régimen. Hoy el Perú no está lejos de este terrible e inhumano escenario, las políticas monetarias internacionales ven con zozobra los movimientos del gabinete Castillo y no deja de sorprender que muchos del circulo de asesores de la casa de Pizarro no quieren desvincularse de las bases senderistas, y lo que es peor aún, con el narcoterrismo. No debemos olvidar que este tipo de organizaciones lleva inscrita en sus genes la violencia y la inevitable crueldad de sus acciones. Quizá los cochebombas hoy día están ausentes en las calles, pero los atentados siguen explosionando nuestra precaria democracia, y a través de la utilización de las personas como medios para alcanzar sus propios fines subalternos, siguen minando las conciencias de nuestros pueblos sufrientes.
Urge no dar cabida a los populismos y demagogias que roban el presente y futuro de los más pobres, de aquellos que han sido silenciados por la historia y que, si no reaccionan, seguirán pagando las consecuencias de un estado fallido que le da la espalda a sus necesidades y no les ayuda a crecer integralmente y a vivir con dignidad. Ha muerto un terrorista, pero hemos de estar alerta porque el terrorismo sigue vigente. Dependerá de cada uno de nosotros que el pensamiento del camarada “Gonzalo” no siga haciendo estragos y resistiéndose a morir. No hay nada que celebrar; todos somos responsables para hacer que esta historia nunca más se repita y no olvidemos que hoy murió un terrorista.
(*) Catedrático de Filosofía de la UNIFÉ y de Teología en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya