Vizcarra y la generación equivocada
«Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en
que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales
presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos. Es falso
interpretar las situaciones nuevas como si la masa se hubiese
cansado de la política y encargase a personas especiales su
ejercicio. Todo lo contrario. Eso era lo que antes acontecía, eso
era la democracia liberal. La masa presumía que, al fin y al
cabo, con todos sus defectos y lacras, las minorías de los
políticos entendían un poco más de los problemas públicos que
ella. Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a
imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café. Yo dudo que
haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre
llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo.
Por eso hablo de hiperdemocracia”.
José Ortega y Gasset – La rebelión de las masas (1929)
La oclocracia puede definirse como una degeneración de la democracia. Es el poder de la masa que a la hora de injerirse en asuntos políticos demuestra impericia, irreflexión e irracionalidad, desnaturalizando la voluntad general e imponiéndose a la sociedad de forma viciada, a través de opiniones de sectores minoritarios que hacen eco en el corazón de la muchedumbre. Parafraseando al profesor español González Encinar (2000): “[…] la democracia es el gobierno del pueblo, y la oclocracia es el gobierno de los insipientes, o como mejor se le quiera llamar ahora al conjunto de esas muchas personas que en los asuntos públicos o políticos andan confusos o desordenados de cabeza, escasos de razón, flojos en la forma de discurrir o débiles en la capacidad de juicio”.
Los oclócratas son demagogos que están investidos de un poder derivado del clamor de las masas insipientes, ejerciendo la manipulación de estas a través de los medios de comunicación masiva. Su finalidad es conseguir el poder gubernamental o mantenerse en él a toda costa, buscando una pretendida legitimación democrática en el sector más ignorante de la sociedad, al cual habrá de influir con denodados esfuerzos a través de peroratas, propagandas y llamamientos a la desobediencia civil y la insurrección.
La convulsión que vive hoy el Perú es una consecuencia directa de la oclocracia y de la crisis política desatada por el expresidente Martín Vizcarra, quien nunca estuvo dispuesto a confluir con el Parlamento para asegurar la estabilidad del país. Nada le importó al oclócrata de Moquegua, quien se fue con una sonrisa sardónica a casa tras haber sido vacado por el Congreso por la causal de incapacidad moral permanente, figura legal que está por definirse en los próximos días por el Tribunal Constitucional y que, probablemente, devolvería el poder a Vizcarra (olvidándose del principio de irretroactividad de la ley) en una fastuosa ceremonia en la que se entronizará la incapacidad y la corrupción.
El empecinamiento de las masas insipientes (mayoritariamente integradas por adolescentes tardíos que dejaron sus smartphones para marchar a favor de la oclocracia) en tratar de revertir la vacancia presidencial no tuvo ningún objetivo claro, y su descontento generalizado era consecuencia de la vil manipulación que ejercían sobre ellos algunos medios de comunicación y precandidatos (Verónika Mendoza, Julio Guzmán, Ollanta Humala, Keiko Fujimori y George Forsyth) que buscan sumar votos en los próximos comicios. Algunos de estos últimos además quieren hacer realidad sus sueños de cambiar la Constitución y de mantener la supremacía de la Sunedu. Es así que el contubernio de intereses desfloró la democracia e instauró la oclocracia encabezada por Martín Vizcarra, quien no dudó en decir que había salido un dictadorzuelo de Palacio (refiriéndose a Manuel Merino), como si él mismo fuera un beato impoluto.
Que no se olvide el peligro inminente que representan para el Perú los referidos precandidatos. Verónika Mendoza es la peor sin lugar a dudas, pues no titubeó al exigir la inmediata conformación de una asamblea constituyente, cuando las cámaras le enfocaron la máscara tras la renuncia de Manuel Merino. Declaró: “Este será apenas el primer paso que tendremos que dar para poder avanzar hacia una nueva Constitución, para una patria nueva, sobre nuevas bases, sobre nuevas reglas de juego y sobre nuevos valores”. Asimismo, que no se borre de la memoria de los jóvenes peruanos que Julio Guzmán no quiere que se tumben a la Sunedu. Es decir, al burocratismo inútil y oneroso que se arrogó la supervisión de la Educación Universitaria, instrumento para la repartija de prebendas y puestos públicos, y que hasta la fecha ha cerrado 47 universidades, dejando a decenas de miles de estudiantes universitarios en las calles.
Recordemos también que algunos medios hasta hace poco no dejaban de alarmar a la población con el conteo diario de muertes provocadas por la Covid-19, repitiendo hasta el hartazgo el #Quédateencasa. Con el mismo modus operandi, se perseguía a comerciantes y trabajadores informales en las calles, so pretexto de que estos “estarían esparciendo irresponsablemente el virus”; mientras que los desocupados, mantenidos y privilegiados vegetaban en la sombra de la indiferencia, sin pensar siquiera en salir a protestar contra la cuarentena arbitraria e interminable impuesta por Martín Vizcarra. En el mismo sendero de la incongruencia, esos medios que en los meses de cuarentena consideraban a los policías como héroes de la nación, ahora los catalogan como enemigos de la democracia y viles mercenarios de un supuesto Gobierno de facto que apenas duró seis días.
Paradójicamente, esos medios se han olvidado convenientemente del peligro latente que representa la Covid-19, y han promovido de forma beligerante y desvergonzada la rebelión de las masas contra la vacancia presidencial, provocando el desgobierno, la violencia y el caos en un país bastante desangrado por la crisis sanitaria y económica (atribuible a la gestión de Vizcarra).
Ahora, con la crisis política más grande de la historia peruana, la muerte de dos jóvenes utilizados como carne de cañón y la renuncia de Manuel Merino a la presidencia, ¿qué es lo que las masas insipientes han conseguido? Anarquía e incertidumbre, a través de la conformación y disolución de mesas directivas del Congreso que deliberan sin ton ni son a quién se le otorgará la investidura presidencial, que al parecer no vale nada.
Bajo este patético escenario, es muy probable que un gobernante radical, improvisado e incompetente (igual o peor que Manuel Merino) amenace la estabilidad del país con un gabinete ministerial de pacotilla y con el cambio de Constitución, tan anhelado por la izquierda invertebrada, que terminará por destruir lo que queda del país. La enseña de la oclocracia ha triunfado. Es menester subrayar las palabras de Ortega y Gasset (1929) cuando dijo que: “La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a ultima ratio. Ahora empezamos a ver esto con sobrada claridad, porque la ‘acción directa’ consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima ratio; en rigor, como única razón. Es ella la norma que propone la anulación de toda norma, que suprime todo intermedio entre nuestro propósito y su imposición. Es la Carta Magna de la barbarie».