El negacionismo como mecanismo de defensa
“¡Oh vida todas estas cuestiones me asaltan / Del desfile interminable de los desleales / De ciudades llenas de necios / De mí mismo, que me reprocho siempre, pues / ¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?”
El genio de Walt Whitman no temía a lo traslúcido; aun a lo autoflagelante. De allí que se sintiera más que cómodo con el verso libre, como los que acabamos de leer. Amor y desasosiego no temían ser expresados.
Y si releemos bien estos versos, podrían atribuírsele al señor Presidente. Envuelto en estos días en problemas, pero capaz de argumentar en su defensa con las mismas palabras. Sin la transparencia del poeta, claro está.
Nuestra experiencia cotidiana –sobre todo en la niñez– y la propia comprobación científica de la psicología nos hablan del negacionismo como mecanismo de defensa. “¡Yo no fui!” dice el niño cuando se encuentra en una situación embarazosa. Pero los adultos también solemos eludir responsabilidades atribuyendo culpas a terceros.
Pero la ciencia también reconoce el concepto de negacionismo grupal. Donde se niega la evidencia empírica simplemente por simpatías o por sacar algún provecho de la situación. El problema es que el negacionismo pertinaz individual se empodera como sinepsia o mal mayor cuando se siente avalado. Deviniendo en pandemia generalizada entre algún grupo social.
Una personalidad alterada y una coyuntura difícil pueden poner en riesgo las propias elecciones. Por la sinepsia aludida. De hecho el Presidente ya adelantó que es el Congreso el que busca retrasar las elecciones; en el negacionismo siempre otro es el culpable.
El negacionismo pertinaz puede hacer hasta que el Presidente –consciente o inconscientemente– deje que la pandemia se agudice para que esas elecciones no ocurran. El famoso ´aforo´ incontrolable de las playas, por ejemplo –en vez de prohibir su uso este verano por razones sanitarias– produciría un aumento de contagios y muertes que servirían de pretexto para postergar las elecciones.
Con todo ese riesgo, apostemos y presionemos por las elecciones. Por razones sanitarias, por la salud económica y por la propia democracia que debemos defender.
Dejar hacer, dejar pasar puede ser un concepto válido para algunos en la economía. El sentido político de la democracia no admite este principio. Es indispensable decir aun cuando muchos callen o teman hablar.