Varios presidentes han sido resocializados por completo
Palacio de Gobierno es un reformatorio político. Se trata de una correccional de seda que en los últimos treinta años ha resocializado, ha normalizado, a nuestros presidentes de la república. La reeducación presidencial es categórica y, a la vez, parcial. Se centra en una de las dimensiones de la política: policy, o el resultado; y excluye a las otras dos dimensiones: polity, o la estructura, y politics, o el proceso.
Al presidente se le educa, se le disciplina, en políticas públicas y hasta en el proceso económico general. Pero se le permiten la mala educación e indisciplina, los malos modales e insolencia, para con las instituciones políticas y constitucionales, y para con la cultura política y constitucional. Tampoco se le educa en ética, hasta permitírsele la psicopatía anética. No obstante, todos nuestros presidentes, o casi todos, en mayor o menor grado, han acatado los mecanismos de la resocialización como condenados: han sido reeducados al punto de alejarse de sus conceptos previos de campaña electoral, para gobernar de acuerdo a la historia mínima de país; han sido reincorporados al extremo de abandonar su partido y sus camaradas originarios, para adoptar al Estado y hacer nuevas alianzas y amigos; y, por supuesto, han sido rehabilitados para con la sociedad peruana y para con la comunidad internacional.
El palacio reformatorio ha mostrado tal eficacia que el sentido común dictaba que una vez en palacio los presidentes hasta parecían morigerarse solos. Ello fue así en el tiempo anterior, pues los presidentes participaban del Estado social o liberal, pero democrático de derecho; hasta que llegó a palacio Pedro Castillo, nuestro actual presidente ideológico. La historia del palacio reformatorio en asuntos de Estado, de gobierno y especialmente en políticas públicas registra dos casos célebres de presidentes resocializados por completo: Alberto Fujimori y Ollanta Humala, pues una vez en la presidencia cambiaron el plan de gobierno partidario por otro diametralmente opuesto, y una vez instalados en la casa de gobierno cambiaron ellos mismos.
El presidente es como un detenido, al cual se debe reformar en Palacio. Foucaultiamente, Palacio le expropia el cuerpo por la vigilancia y el trabajo, y pudiera readaptar su raciocinio y su personalidad. Es así: el presidente obra como un detenido, disciplinado en su proceso de resocialización. Michel Foucault cree que las prisiones han fracasado en su finalidad de readaptación social del condenado; pero, al mismo tiempo, cree en la efectividad de otras formas de readaptación. No obstante, el filósofo dice que “La detención penal debe tener como función esencial la transformación del comportamiento del individuo: La enmienda del condenado como fin principal de la pena es un principio sagrado… La pena privativa de libertad tiene por fin esencial la enmienda y la readaptación social del condenado”.
Así como Vigilar y castigar tiene entre sus objetos de estudio a la institución-prisión, este artículo recorta su objeto de estudio en la institución-palacio y en el presidente reformado o a reformar. Palacio también es un panóptico, por vigilancia y por arquitectura: por vigilancia, en tanto que todos los actos del presidente como jefe de gobierno y jefe de Estado, y casi todos los actos del presidente como persona, son custodiados y públicos. Por arquitectura, en tanto que los dos epicentros, la residencia presidencial situada en el centro más protegido de toda la construcción palaciega, y el despacho presidencial ubicado a continuación del salón dorado, tienen comunicación por anillos de seguridad, que en verdad son anillos de cortesanía política, que le imponen al presidente una cierta invisibilidad lateral y hasta una cierta visibilidad axial.
En Palacio el presidente es el hombre más individualizado, por tanto el más vigilado. El presidente es visto, pero él casi no ve. Su trabajo presidencial, dependiendo de su mayor o menor capacidad intelectual, lo convierte más en objeto de información que propiamente en sujeto de comunicación. Todos los presidentes han sido reformados, disciplinados, en Palacio. Todos, según su lugar en las taxonomías del comportamiento y de la política. Menos uno: Pedro Castillo.
El palacio reformatorio contiene dos fatalidades, de las cuales le es imposible ocuparse: La fatalidad ética, que corresponde a los presidentes reformados; y la fatalidad ideológica, que corresponde al presidente Pedro Castillo. Ambos fatalismos pretenden falsear la idea del palacio reformatorio: Por la ética, surge el mayor contraargumento, que bien podría exponerse de la siguiente manera: Así como Foucault dice que “la prisión no ha podido dejar de fabricar delincuentes”, tampoco Palacio ha podido dejar de ser la fábrica de presidentes corruptos. Aun así: Palacio ha sido un eficaz reformatorio presidencial en asuntos de Estado y de gobierno. Por la ideología, surge la mayor paradoja, que podría exponerse tomándole el testimonio y la palabra al propio presidente Castillo: ocurre que, por su historia de vida y hasta por su gobierno, él registra un comportamiento disocial y una desadaptación para con el estado democrático de derecho. No obstante, ha presentado el síntoma de negarse a la resocialización que le brinda Palacio.
En su discurso de asunción del mando, sobresalió el anunció de que no gobernaría desde palacio, y que lo dispondría como un museo. Por supuesto que si Palacio pierde su significación, perdería también su carácter de reformatorio. Ya como presidente en ejercicio, desde uno de los balcones de Palacio, convertido ahora en su hogar y centro de trabajo, profirió el síntoma de la no resocialización de manera más explícita: “Es momento de salir de este encierro. Vamos a salir desde la próxima semana de Palacio porque me aburro detrás de una mesa, detrás de un pupitre, de estar dentro de estas cuatro paredes”.
Otra vez, es así: El presidente vive un gran encierro en Palacio; en estricto, en su despacho y en su residencia palaciega. Pregunta: ¿Puede Palacio obrar como reformatorio del presidente Pedro Castillo? Respuesta: No. Palacio y sus mecanismos de lenguajes y objetos de poder no pueden corregir a un presidente ideológico. En verdad, ni Palacio, ni nada. Queda también su lamento cultural a las restricciones presidenciales y palaciegas de su libertad ambulatoria. Palacio de Gobierno es un reformatorio presidencial prestigioso; pero Castillo es, a la vez, presidente y huérfano de Perú.