Para valorar lo que se vivió y entenderlo desde nuestra perspectiva
El inicio de los festejos o actos conmemorativos de este año, en el que conmemoramos la independencia del Perú, nos ha enfrentado a una especie de plaquitis horribilis. Y parece que a lo largo de estos meses veremos muchas veces ese “modelito” de placa infestando espacios públicos.
Mi observación va en varios sentidos. El primero es que el bicentenario no es ni debe ser solo el recuerdo de un momento, de una fecha o de una circunstancia, porque la proclamación de la Independencia; ya sea a nivel del naciente Estado peruano, es decir el 28 de julio de 1821, o a nivel de las diversas regiones del entonces virreinato. Debe ser entendido en su realidad temporal; es decir, comprendiendo lo que se vivía, qué se deseaba, qué se esperaba y quiénes eran los que encabezaban o lideraban esos hechos.
En todos los casos, es indispensable comprender esas circunstancias para poder valorar lo que se vivió y entenderlo desde nuestra perspectiva de 200 años. Una buena distancia temporal para tener una visión crítica, pero justa y documentada.
Una segunda observación se refiere a la incompetencia e ineptitud de los criterios que parecen tener quienes son responsables de organizar y llevar a cabo estos actos conmemorativos. En ningún caso es aceptable ni conveniente creer que el recuerdo queda y se logra en una placa; todo lo contrario, el recuerdo debe quedar en la conciencia, en el entendimiento y en los corazones, en el intelecto y en el afecto. Y nada de eso se logra con el gasto de una placa que pronto será una más de las muchas que, cual irrespetuosa intromisión, van quedando como huellas en la piel de las ciudades. Huellas de momentos a los que se les ha despojado de su propia historia, que han quedado sin vida, sin el alma que ellos requieren para que su recuerdo tenga sentido para los ciudadanos de hoy. Adicionalmente, parece que lo importante es que figuren los nombres de quienes hoy creen ser dueños del recuerdo.
La historia debe ser explicada con amor, aprendida con pasión y comprendida con realismo. Toda historia nacional tiene luces y sombras. Y de ellas emergen colores radiantes e intensos que no buscan disfrazar los hechos, sino hacerlos aparecer con toda su intensidad, en los tonos brillantes y en los tonos opacos. Es por ello que he “reclamado”, desde hace mucho tiempo, un año 2021 al que deberíamos haber llegado luego de un proceso de estudio y reflexión. Y no de fabricación de placas, que entiendo como parte de lo que es “correctamente protocolar”, pero que no le aporta absolutamente nada al ciudadano. No lo hace parte de los hechos de su propia historia, no le permite sentirse parte de un eslabón de continuidad ni le facilita el ejercicio de la reflexión y el aprendizaje.
Un última observación está vinculada a la grosera falta de respeto y atención con que se han elaborado esas placas que, por lo menos en las que se han develado hasta ahora en Piura y en la Libertad, tienen errores gramaticales y de ortografía que ponen de manifiesto no solo ignorancia e incompetencia, sino también la vulgar y evidente voluntad de menospreciar el significado de la efeméride que se pretende recordar. De esta manera se ofende a quienes fueron los testigos directos en su momento, y se menosprecia a quienes son hoy herederos de los acontecimientos que se busca destacar.
Considero que esas placas, lejos de ser solo producto de un error, son una ofensa a la colectividad, son una forma de denigrar el recuerdo de nuestra historia. Y si vamos a tener una racha de plaquitis horribilis, dejemos a la señora bicentenario descansar por ahora en paz, para llamarla a que despierte con dignidad, pundonor, orgullo, elegancia y ánimo festivo, responsable y colectivo en 1824, cuando recordemos el bicentenario de la batalla de Ayacucho. Como he mencionado ya, en esa batalla, desarrollada en tierras peruanas, los hermanos de muchas naciones americanas, lograron la victoria militar, madre de la independencia. Es en el Perú en donde se enarbola la bandera de la libertad para toda la América Española.