La cadena socialmente opresora se rompe por el eslabón más débil
I
Así como Manuel Seoane, al introducir el Día de la Fraternidad, el 22 de febrero de 1946, le dijo a Haya en bellísimo discurso, que le llevaba un recado del corazón del pueblo, quiero parodiar el mismo como compañero más viejo. Será dado en el lenguaje sin palabras con que habla el sentimiento popular. Vendrá de nuestros discurseadores compañeros parlamentarios, de los trabajadores de La Tribuna; de los obreros de las fábricas, de los estudiantes que saben de la reforma universitaria; de la firme mirada de los militantes sectoriales. Recado del corazón del pueblo que viene desde el más allá de la vida, porque son los ocho brazos izquierdos en alto que llevaron al cielo los marineros fusilados en el trágico peñón; porque es la sombra católica de Philips y sus compañeros visitando a la muerte en las rocosas pampas ancashinas, porque son los miles de apristas que aún sobrevuelan en las enrojecidas pampas de Chan-Chan, y es la presencia tremenda de Arévalo, que ha regresado de la muerte con sus claros ojos verdes para decir en nombre de todos los que emprendieron el viaje sin retorno: también, estamos aquí presentes, compañero.
Y la verdad es que lo creído por nosotros en aquellos años –y que pretendimos rectificar heterodoxamente después por presiones derechistas– sigue siendo cierto: el antiimperialismo y el APRA y su concepción del Estado de defensa antiimperial; así como la visionaria posición de continentalismo indoamericano. Los renegados de hoy, los travestistas de la política criolla, que les encanta escribir con anglicismos y elogios platónicos de Vargas Llosa, lo niegan para afirmar que hemos entrado en un mundo globalizado que traerá prosperidad a los pueblos acabando con la lucha de clases y los conflictos civiles e insurrecciones. Todo eso es bazofia. Las masas están enardecidas. No creen en un sistema que en nuestro mundo pauperiza a los pobres y enriquece a los ricos. Las fuerzas productivas ya no están representadas en el Estado. Lo han rebalsado. Sus goznes han estallado.
II
El Estado peruano está senil, y no quieren entender los présbitas que la cadena socialmente opresora se rompe por el eslabón más débil. Tampoco entienden que el problema no solo son las masas paupérrimas desatendidas del interior del país y toda la República del Perú. Es el fuego en los Andes, del que hablaba Carleton Beals hace setenta años. Ya lo vimos cuando zarandearon a Chávez y luego a Maduro en Venezuela; cayeron Mahuad, Bucaram y Rafael Correa en Ecuador; cayó Fujimori en Perú; Sánchez de Lozada, Meza y hasta Evo Morales en Bolivia. Allí vendrá el crujir de dientes. Que no se engañen los que creen equivocadamente que aquí no va a pasar nada porque nuestras masas son eunucas. Ya perdonaron setenta veces siete. Ahora vienen con la espada y no la paz. Lamentablemente, Pedro Castillo y sus aúlicos, también, caerán.
III
¿Qué hacer?, ¿cómo salvar la situación? Hablar del debe-ser, de una opción maximalista: convocar inmediatamente a una Asamblea Constituyente plenipotenciaria para que expida una nueva ley de leyes y despresidencialice la presidencia de la república, como quería Haya. Esa asamblea representará a las nuevas mayorías nacionales ya que el Congreso actual es un parlamento-patíbulo que no representa al país, que es incapaz de interpelar y hasta de elegir un Defensor del Pueblo. Las constituciones se vuelven hojas de papel –como decía Ferdinand de Lasalle– cuando están contra los factores reales de poder. Hay que acabar con el cesarismo burocrático. Hacer énfasis en el parlamentarismo, pero bicameral para evitar una tiranía peor que la de un individuo como es la de un ente colectivo irresponsable. Salir de la nefasta experiencia unicameral que ya dio históricamente sus frutos nefastos. En 1823 se autosuspendieron y le entregaron el poder a Bolívar. En 1932 desaforaron a la minoría aprista y se autodisolvieron luego de entregarle plenos poderes a Benavides, cuyo mandato prorrogaron. Entre 1993-2005 gobernaron en su versión fujimorista y antifujimorista dictatorialmente.
Los izquierdistas de hace cincuenta años decían que se puede hacer una revolución con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército. Pues bien, las masas de hoy, con la neutralidad de las fuerzas armadas, saldrán de su subterráneo histórico para transfigurar al Perú. Estamos ante una revolución social agnóstica, sin credo político, sin catecismo, sin slogans contra el imperialismo o por la reforma agraria. Solo son multitudes reivindicacionistas que desprecian a los policías torturadores, a los fiscales-gestapo, a los jueces prevaricadores, a los cobradores de impuestos; a todo lo que sea expresión del Estado valetudinario. Entendamos ésto para salvar la democracia.
IV
No queda más remedio (si los partidos claudican; si las izquierdas se han infestado de los vicios políticos de las oligarquías y de perecidos partidos arcaicos) que recurrir a un Frente Democrático. Eso de Frente Social no lo entiende nadie. Alguna vez denominé mi propuesta Frente Hayista de Liberación Nacional. Quizás suene demasiado aprista. Moderémonos. Ese frente nonato debe reclutar desde el APRA, a sectores patrióticos de las FF.AA., a los discípulos de José Carlos Mariatégui (compañero de Haya en la protohistoria del APRA), Patria Roja, organizaciones proscritas, la Derrama, CGTP, CTP, las Iglesias Católica y Cristiana, etc., tras oriflamas de regeneración moral y de reconstrucción social que arquitecture los cimientos de un unionista Estado de trabajadores manuales e intelectuales sobre las viejas fronteras, de Ecuador al norte y Bolivia al sur. De lo contrario, aferrados a viejos cánones viviremos sin libertades, sin Derechos Humanos, sin puentes, sin hospitales, sin postas médicas, sin colegios, sin universidades, sin fábricas, sin capitales, sin inversión. Tenemos que ir a una democracia funcionalizada, con un Parlamento elegido por el pueblo en el que estén presentes las fuerzas vivas del Perú, las mayorías sociológicas, la inteligencia, el capital nacional y foráneo –que no viene sino hay Estado con autoridad y masas disciplinadas— y el trabajo. Eso no lo ven los mercenarios cholo-boy sirvientes del imperialismo a lo Shylock, el capitalista extorsionador que cobra con la propia carne del deudor. Por eso debemos apelar al Haya joven que tuvo la gran intuición del Perú y de Indoamérica actuales. Se adelantó ochenta años. Ese Haya es el del “Antiimperialismo y el APRA”, el del discurso de la Plaza de Acho, el prisionero de la penitenciaría sanchecerrista, el de las catacumbas antifeudales, el del Asilo-Prisión Diplomática (1949-1953). Él hizo don de su persona a la patria continental. Lo necesitamos nuevamente en la hora de la lucha final. Debemos salvar al Perú del caos.