Mangas remangadas y zapatos sucios generan simpatías
Paul Remy, experto en solución de crisis y reducción de impactos ocasionados por accidentes industriales, le ha recomendado a la clase empresarial –en numerosas oportunidades– que después de un evento debe salir al frente y explicar con claridad meridiana lo acontecido, antes de que la situación se vuelva inmanejable. Esto para preservar la reputación de las empresas, instituciones y personas, sean públicas o privadas.
El fin es salvar la marca, la firma, el prestigio y la confianza acumulados con tiempo y esfuerzos. Y por supuesto, salvar al sistema de libre mercado, atacado por un activismo colectivista acosador que no descansa. A su mirada no escapa ninguna falla del sistema.
En el caso del derrame de petróleo ocurrido en Ventanilla (Lima), fue un gran error culpar de la fatalidad al volcán de Tonga, al clima, a la Marina de Guerra, al oleaje y al viento. Según algunos veleristas que estuvieron en el lugar en el momento de los hechos, la competencia del día fue suspendida por la ausencia de vientos. El engaño, por más pequeño que sea, afecta. La población es susceptible y la displicencia enfurece. Demasiado infantilismo por parte de la petrolera, hasta donde se sabe, inexplicable en una empresa “de talla mundial”.
Repsol hizo mal minimizando la tragedia e intentó evadir las obligaciones por los daños evidentes. En el primer acto –repetimos– se asumen de inmediato las responsabilidades y compromisos. Sin embargo, esconder la cara es una práctica común. Son los representantes legales o funcionarios de menor nivel los encargados de ofrecer explicaciones que no convencen.
El mal fue consumado sin la reacción esperada de la petrolera en tres frentes: el operativo para detener la contaminación, la información oportuna y la aceptación de los cargos, aun cuando estos sean señalados después de las investigaciones correspondientes. Omitir estas reacciones da pie a los enemigos para atacar. Las disculpas no sirven si no van acompañadas de hechos. La gente se solidariza con el humilde y honesto. Las mangas remangadas y los zapatos sucios generan simpatías.
Cualquier actividad humana, por más pequeña e imperceptible, puede provocar perjuicios a la salud, al medio ambiente y a la sociedad. Con mayor razón aquellas de magnitud considerable. Las empresas modernas y responsables nada dejan al azar; y se deben guiar por procedimientos previstos para eventos, por más tontos que parezcan. ¿Qué pasó en Ventanilla? Las especulaciones y señalamientos los dejamos a los carroñeros de las desgracias, a los que buscan popularidades y a la militancia izquierdista, que activa sus planes ideológicos con el fin de destruir a la inversión privada.
Una vez más –para que la lección sea entendida–, el CEO de Repsol debió salir inmediatamente, anunciar la magnitud de los hechos, hacerse cargo de las responsabilidades y, junto a sus trabajadores, ser el primero en intentar remediar los daños. Pero optó por esconder la cara. Repsol tendrá que resarcir los daños ocasionados, pagar las multas correspondientes, enfrentar a la justicia y observar el cumplimiento de sus protocolos. Asimismo, si planea continuar en el mercado sin ocasionar más daños, debe ejecutar planes de concientización severos entre sus trabajadores.
Bien por la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía. Anunció una investigación por su lado. No se colude con el infractor accidental. Mal por las instituciones estatales, sin planes de contingencia y sin tecnologías de remediación convenientes, después de 60 años de operaciones petroleras en el país. Y las oenegés ambientalistas no movieron un dedo, pero sí se llenaron la boca de palabrería hueca. Bien por los voluntarios anónimos que siempre son insuficientes.
Autoridades, personajes públicos y responsables de actividades económicas deben estar preparados para enfrentar situaciones adversas sin dejar que las medias verdades liquiden la verdad. Tarde o temprano las culpabilidades se descubren. El control de daños no es un juego de azar. El mal manejo alcanza a la política y daña al sector privado.