Los peruanos estamos perdiendo la ilusión por el futuro
Aunque parecía que lo podríamos haber anticipado, esta nueva cuarentena nos enfrenta con un panorama desolador. La angustia y la depresión empiezan a ganar más y más terreno, y a ello debemos sumar una muy mala estrategia comunicacional de parte de las autoridades, muchos mensajes poco claros y a veces contradictorios y una postura gubernamental que carece de la más mínima humildad. Y por cierto, nada de un mea culpa, con el agravante de que muchos de los responsables de la atención y conducción de esta tragedia sanitaria siguen en los cargos de mayor responsabilidad.
Las actuales autoridades parecieran desconocer del todo la indispensable empatía que deben tener con la población que vive un drama permanente, una zozobra que no acaba. No se percatan de que sus mensajes han de estar dirigidos a todos los peruanos. Y no solo con información, sino con coherencia; no solo con capacidad didáctica, sino con voluntad de transmitir e informar; no solo con la verdad, sino con total transparencia en lo que se dice y se quiere y debe hacer.
Y si los mensajes que se nos dan confunden y crean más angustia, no menos indeseables son las encuestas. Y uso la palabra indeseable porque, de ser verdad, que a título personal digo que lo dudo, nos enfrentan a un panorama realmente desolador y sombrío. Porque quienes supuestamente estarían “aventajados” para asumir el mando de este barco en proceso de naufragio no muestran las herramientas, los planes, las propuestas y mucho menos los equipos, y menos aún los dotes particulares y propios de cada uno.
Pandemia, sufrimiento y muerte, crisis política, caos social, economía en bancarrota, confinamiento, desastre sanitario y además, proceso electoral, parecen ser los elementos menos adecuados para estar juntos, pues pueden detonar una situación gravísima. Y si a ello agregamos la descomposición moral y ética de las autoridades y de la ciudadanía en general, estamos viviendo, quizá, una de las peores etapas de nuestra historia.
A veces pensamos que los años de la Guerra del Pacífico, etapa que generó sin duda una brecha y un quiebre en nuestra historia, fue el momento más dramático que nos tocó vivir. Debo señalar que, a mi criterio, en esa oportunidad, además de graves situaciones internas, teníamos un enemigo visible que, de alguna manera, unificaba las intenciones y permitía aglutinar voluntades. Hoy el enemigo tiene mil caras. y lo encontramos aún en quienes deberían ser lo contrario. No tenemos quien aglutine el amor a la patria, ni quien levante esa voz de liderazgo que, cual luz en la oscuridad, conduzca al Perú y a sus gentes por este negro túnel, por esta cerrada noche, hasta vislumbrar un nuevo amanecer.
Hemos perdido o estamos en proceso de perder la ilusión por el futuro. pues muchas veces oímos una triste expresión “yo no veré ese futuro diferente”. ¿Pero por qué quedarnos con la angustia? ¿Por qué no pensar que somos capaces de remontar esta coyuntura? ¿A quién no le conviene que vivamos para ver ese mejor futuro? ¿Quién gana con nuestra temporal tristeza y abatimiento? ¿Quién está detrás de esta tragedia?.
Y en estas condiciones, debemos encontrar capacidad para la esperanza, para la solidaridad, para la entrega, para tener la “lámpara encendida”, para ayudar a otros, para darnos cuenta de que siempre, siempre, hay mucho que agradecer. El solo hecho de estar vivo es ya un privilegio en un país en donde la muerte está tan groseramente presente que termina siendo un número, una cifra que ya ni escandaliza.
¿Cómo salir de esta situación? ¿Cómo lograr la tan mentada resiliencia? ¿De dónde sacar fuerzas para seguir adelante? ¿Cómo encontrar las energías para superar circunstancias traumáticas que afectan todo orden de cosas y que van tirando abajo sueños, logros, esperanzas y alegrías? Creo que la única receta que puede darse en este momento es la de tener una actitud que incluya la gratitud, unida a la oración y a la empatía. En nuestra historia hay infinidad de casos de heroísmo que deben iluminar nuestra esperanza. Y en la historia del mundo hay ejemplos de entrega, santidad y valor que pueden mostrarnos una senda por la que transitar en momentos de grave dolor.
Una actitud que no falla es pensar en nuestras bendiciones antes que en nuestra tragedia, agradecer todo lo recibido y propender a ser responsables. Esta crisis nos afecta a todos y es por ello que a más autoridad, mayor responsabilidad, mayor culpa, mayor castigo. Y sin ánimo de exacerbar sentimientos negativos de ningún tipo, deberíamos asegurarnos de que la incapacidad, la inmoralidad, el latrocinio, la indiferencia, la gula de poder y la destrucción de los valores ciudadanos no quedarán impunes.
Sanar las heridas requiere no solo de tiempo, requiere de justicia.