¿Vendió Castillo su alma al diablo en la campaña electoral?
Castillo renunció públicamente a la constituyente. Lo que hace ahora al recaer en esta torpe idea parece una maniobra para no confrontar abiertamente a su mentor y permitir que sea este el que vaya a estrellarse contra el muro del Congreso. De este modo es el Congreso y no el presidente el que toma la decisión de terminar con el descabellado proyecto.
El Congreso no aprobará nunca esa iniciativa. En el instante mismo en que la aprobara, perdería el poder. Sería en adelante un pato rengo, una mera sombra a la espera de los “constituyentes”, que serían quienes legislen. Incluso por la más egoísta de las razones –la de conservar la chamba–, el Congreso está obligado en esta ocasión a hacer lo que debe. El proyecto es un cadáver insepulto, un espantajo.
El acto de Castillo bien puede ser una maniobra astuta, pero pusilánime. Esperar que el Congreso se encargue de enterrar el cadáver en apariencia es una idea práctica, pero revela temor. Ceder ante su mentor para no ser responsable de la decisión política es un error. Nunca se elude ni se posterga una decisión política si no es en beneficio del enemigo.
Es un lugar clásico de la literatura, desde Shakespeare hasta Goethe, venderle el alma al diablo para conseguir a cambio el poder o la riqueza. Como el diablo no cumple lo que ofrece, el alma de Fausto no es arrastrada a los infiernos; la deuda de la libra de carne no logra cobrarla el mercader de Venecia. En la narrativa moderna, el diablo es astuto en el engaño y eso legitima la rescisión unilateral del contrato. Es ley de los hombres, no de los dioses. Y el diablo se retira sin escándalo cuando ha perdido. No le conviene la publicidad. El viejo truco quedaría en evidencia.
Pero dejemos esto para volver al caso entre manos. ¿Vendió Pedro Castillo su alma al diablo en la campaña electoral? Con la oficiosa falsedad de su mentor, ¿firmó un contrato para entregarle su gobierno al castrismo cubano a cambio de inteligencia y recursos para llegar? Si lo hizo, cayó en el engaño diabólico. Llegó al gobierno, pero no al poder, como dice su mentor. Hoy parece más bien un títere de su mentor y tiembla como una hoja ante la amenaza de que aparezca el contrato firmado por el que vendió el alma.
Si el contrato existe y Castillo se encontrara efectivamente en este predicamento, debería adelantarse a anunciar que incumple el pacto y explicarle al pueblo peruano los motivos de su error de ayer y de su enmienda de hoy. Si, en acto suicida, su mentor cometiera el despropósito de mostrar el diabólico documento, los cubanos negarán su existencia, porque la sucia treta quedaría en evidencia ante la prensa y la comunidad internacional. El pueblo probablemente respaldaría a Castillo aunque no le guarde respeto, porque ante una vil extorsión como esa ningún pueblo noble dejaría que el diablo se lleve el alma de un ingenuo que no sabía lo que hacía.