Las raíces de la grave crisis política que vive el Perú tienen décadas de profundidad. La defenestración por suspensión, inhabilitación o vacancia del cabecilla de esa estructura criminal con chapucera cubierta que ha denunciado valientemente la Fiscal de la Nación, será solo un respiro fugaz para el ánimo si es que las personas de bien, dotadas de lo necesario, no empiezan a esforzarse racional y sostenidamente por comprender lo que viene ocurriendo en la región.
El magisterio, clero y academia, predominantemente en manos de socialistas de salón (y algunos pocos de fusil jubilado) se ha esforzado por décadas, con bastante éxito, en hacernos creer en el carácter espontáneo de las reacciones sociales (algo que jamas ha ocurrido realmente en la historia de la humanidad) y en machacar un sentimiento de culpa que debe ser redimida, incluso de modo hereditario.
Para ello han suprimido o alterado deliberadamente realidades debidamente documentadas. En paralelo han logrado que generaciones enteras de peruanos acepten que los actos y omisiones de las clases política y/o económicamente dominantes son las que han causado las reacciones “espontáneas” que llevaron a la elección de Humala, el golpe de Vizcarra, la aupada mañosa de Sagasti y la nebulosa encaramada de Pedro Castillo y su banda en el poder.
Todo agricultor sabe de la importancia de la calidad del terreno, pero tiene claro que, sin esfuerzo inteligente, deliberado y sostenido, la mejor tierra sólo dará vegetación económicamente improductiva. Lo mismo ocurre en política, las injusticias, las necesidades insatisfechas, la corrupción son terreno fértil para la manipulación de las masas, pero es la mano del manipulador la que la dirige hacia un objetivo.
El Perú, como toda la región, es blanco de una ofensiva estratégica, por lo tanto, no solo deliberada, sino con sus múltiples escenarios planteados profesionalmente de antemano y de modo continuo, a fin de adaptarse a los cambios, sin perder el rumbo. Por tanto, resulta ingenuo pretender derrotarlos con medidas meramente reactivas, que, incluso alcanzando su objetivo inmediato, resultarán, con toda seguridad, insuficientes para enderezar el rumbo si es que no se asume la necesidad de enfrentarlas con niveles sostenidos de profesionalismo por lo menos equiparables a los de los estrategas de la ofensiva.
Es imprescindible entender la necesidad de comprometer de modo sostenible, los recursos necesarios dedicarlos profesionalmente, a tiempo completo, a realizar un diagnóstico integral continuo de la evolución de las amenazas nacionales, regionales y extra regionales, proponer objetivos y diseñar estrategias de corto, mediano y largo plazo.
Si esto no se entiende, seguiremos el camino que han seguido cubanos, venezolanos, sirios y nicaragüenses. La batalla, si se decide asumirla, será larga, a ellos les ha tomado cuatro décadas llegar a donde han llegado, pero es imprescindible entender que la única paz aceptable es la que sigue a la propia victoria.