La única reforma urgente es la del propio Estado
Salvo dos o tres candidatos, los demás no dan la talla. Es difícil entender qué lleva a estas personas a pretender la presidencia del país. Tal vez los malos ejemplos de Toledo, Humala y Vizcarra hacen a la gente creer que cualquiera puede ser presidente. Pero también se trata de inmadurez. La mayoría de estos candidatos no sabe en dónde están parados. Creen que pueden cambiarlo todo, desde la sociedad hasta la Constitución. Parece que viven su sueño infantil.
A mayor inmadurez mayor voluntarismo. Creen que basta su palabra para crear un nuevo mundo en seis días, con una nueva sociedad más justa, equitativa, igualitaria, inclusiva, etc. Son sueños infantiles y trillados. Es más de lo mismo. Ignoran la realidad y la dinámica social y económica. Ni siquiera han aprendido de la historia reciente. Aburren.
Un candidato presidencial no debería decir que se preocupará por los más pobres. Su deber es preocuparse por todos. No tiene por qué declararse a favor de la clase trabajadora ni de ninguna otra clase. Su deber es ocuparse de todas las clases. No tiene por qué prometer una sociedad de tal o cual forma, porque su misión no es transformar la sociedad ni crear “ciudadanía”. Un candidato solo debe garantizar la libertad y la seguridad de las personas. Una sociedad libre crea su propio orden. Y ciertamente, la igualdad no es parte de él. Hay que dejar esa utopía de lado. Quienes pretenden implantar igualdad son una amenaza para las libertades. La única igualdad que importa es la que viene desde el Estado, pues debe tratar a todos por igual, sin crear sectores privilegiados. La igualdad mal entendida es la que pretende igualar a toda la sociedad.
Un político serio no busca transformar la sociedad sino las condiciones en las que esta vive, garantizando libertad, propiedad, seguridad, movilidad, estabilidad, etc. El primer peldaño para el desarrollo de cualquier país es la infraestructura. En pleno siglo XXI el Perú permanece aún con su territorio casi aislado. No tenemos autopistas modernas que unan el país de costa a selva y de norte a sur. Casi no existe interconexión aérea entre provincias. ¿Cómo esperan que haya descentralización? La descentralización no consiste en dibujar límites en un mapa o cambiar los nombres a las regiones o trasladar funciones burocráticas. La única forma de descentralizar un país es interconectar el territorio. El resto es humo.
El segundo peldaño del desarrollo es la creación de riqueza y la acumulación de capital, una tarea que le compete netamente al sector privado. El Estado debe garantizar óptimas condiciones para la inversión en diferentes rubros de la economía. Y no convertirse en lastre, ni mirar como enemigo a la empresa privada, pues es el motor de la economía. Debe cuidarla como socio estratégico y no ponerle trabas ni esquilmarla. El principal problema de los politiqueros que sufren el vicio mental de la “justicia social” es que creen que su deber es favorecer a los trabajadores a costa de las empresas. Y eso acaba con todo, pues sin empresas no hay empleo. Un empleo es lo que otorga dignidad a las personas. No bonos ni programas sociales.
Los candidatos deben ofrecer garantías de paz social. Esto significa dejar de lado los discursos de odio contra determinados sectores políticos, sociales y económicos. No puede haber desarrollo en un clima beligerante, en una permanente cacería de brujas ni en la división de los peruanos entre buenos y malos. Es ridículo oír candidatos hablando mal de la Confiep y la empresa privada. La lucha contra la corrupción es competencia de los estamentos de justicia. Hay que darles presupuesto y dejarlos trabajar sin interferencias. Nadie debe prometer que actuará como un justiciero.
Si hay una reforma urgente que hacer en estos tiempos es la del Estado. Estamos padeciendo la espantosa ineficacia de un Estado gigantesco y corrupto, que ha crecido sin control y consume un enorme presupuesto, que solo sirve para mantener una burocracia ineficiente. En los últimos 20 años se han creado ministerios, viceministerios, organismos, comisiones, proyectos, etc., que ya nadie sabe para qué sirven ni qué hacen. Es necesario podar el Estado y cerrar todo aquello que no es indispensable. Si algo quieren cambiar los candidatos, que empiecen por el Estado. ¿Quién se atreve? Ese es nuestro principal problema ahora, y no la Constitución. El cambio de Constitución es la oferta más irresponsable y demagógica que un candidato puede hacer.
En resumen, los candidatos que prometen diseñar una nueva sociedad, que creen que pueden dirigir la economía con su sola voluntad y hacer justicia por sus manos son sujetos inmaduros y peligrosos. Creen que postulan a ser dioses. Ya terminó la era de los salvadores de la patria. Maduren.