Crisis económica y efectos de la pandemia
I
Es preciso una sincera y resumida explicación del sentido de estas crónicas. Me interesa cómo va el mundo y a la vez mi país. Para lo primero —el panorama mundial— suelo viajar a Europa cuando en nuestro hemisferio es el verano y en el viejo mundo el invierno, o sea, el periodo de actividades. Esa rutina, que tiene algo de liturgia, se interrumpe con la pandemia. Nueve meses sin vuelos ni la llegada de revistas. Pues bien, este sábado, para mi sorpresa, nos llega un envío enorme por correo. En efecto, son revistas cuyas fechas datan de marzo a noviembre, y no me he quemado las cejas sino echado una hojeada sobre algunas de ellas. Y a ojo de buen cubero, en algunas de ellas, aparte de la rivalidad entre la China de Xi Jinping y los Estados Unidos de Trump, los cambios climáticos y una Turquía enfrentada a medio mundo —cosa que no sabía—por encima de todo, el tema dominante es el coronavirus.
El Covid-19 obliga a pensar el mundo entero. O acaso, a un repensar. Es verdad que estamos al borde de un periodo de vacunas, pero de la misma manera como el mundo no fue el mismo después de la primera guerra mundial, cuando llegó la paz, ya estaba muerta «la belle époque», el vaticinio de José Carlos Mariátegui al regreso de su estadía europea. Y en efecto, los célebres años veinte y treinta del siglo pasado fueron feroces. Aparece el nacional-socialismo de Alemania y el comunismo ya no solo de Lenin, sino el de Stalin. Y tras la segunda Guerra Mundial, nuevas y enormes modificaciones —creación de la ONU, guerra fría, nacimiento de una Europa unida, larga hegemonía de USA— hasta la victoria económica del Occidente capitalista ante la URSS que se desploma. Y luego de la caída del Muro de Berlín, tiempo del neoliberalismo y una China potente, la nuestra, otra época. Y entonces, incontables científicos, políticos, filósofos, poetas, toman esta crisis como una ocasión para modificar nuestra manera de vivir y de pensar: «Otra relación con la naturaleza»; «Otra mundialización»; «Otro mundo». Lo dicen en diversas lenguas y lugares.
Transmito algunos. En Praga, porque la República Checa pasa por el confinamiento como todo el mundo, Tomas Sedlacek escribe: «esto no es el Apocalipsis». «Tenemos más tiempo para vivir con nuestros hijos». En cuanto a los adultos, «después de semanas de auto-ostracismo, nos acostumbramos a vivir sin tanta prisa». Las ciudades «se vuelven villas, lugares de calma y tranquilidad». Un colombiano, William Ospina, «siente que vive con lo indispensable», y se ha puesto a pensar que quizá seamos «demasiado numerosos». La lentitud y la soledad, es un cambio, «pero quizá todo lo que cambie no será para mal» (El Espectador). En cuanto a Inglaterra, «cada vez más, importantes políticos y jefes de empresa, esos que veían que la interconectividad era una ocasión, ahora se han puesto a pensar que también es un riesgo». No me asombra esa opinión en los británicos, amorosos siempre de su aislamiento, pero la cosa no se detiene ahí. Muchos comienzan a pensar que mejor era «el Estado Providencia», y añoranzas de cuando fue presidente y democrático Franklin D. Roosevelt, esto en The Spectator de Londres. O sea, todo lo contrario del neoliberalismo: «se necesita la intervención del Estado para preservar y promover la prosperidad» (Jamelle, en The New York Times). Así, pues, abran los ojos y los oídos los economistas neoliberales que creen a fondo en el mercado y lo privado, y al diablo el Estado y las políticas públicas. Están saliendo de esa ilusión —el economicismo, sin importarles las consecuencias en las sociedades— sin comprender que tanto como hace ricos a muchos, también produce masas de nuevos empobrecidos. Sino, una vueltita por Chile les haría reflexionar de otra manera. El Estado y el mercado se necesitan. Así de simple.
Mientras tanto, en Argentina, «los cazadores de virus» encuentran una coincidencia entre la deforestación y el Ébola, el paludismo y ahora, el Covid-19. David Quammen: «Todo indica un escenario de venganza de la madre natura». Vayan a decirlo, pues, al inteligentísimo estadista brasileño, Bolsonaro, apurado en devastar la Amazonía, y sin árboles.
Se preguntan por todas partes cómo va a ser la vida después del confinamiento. Si nos afecta la costumbre de llevar una mascarilla en la nariz, evitando en las calles a la gente y subiendo a un ascensor con el mínimo de personas, ¿acaso mejor, tú solo? Las reflexiones son abundantes y vienen de Copenhagen (Dinamarca), Viena, el cálculo de si son dos metros lo que te separa de algún desconocido. El caso es que la distancia social no es la misma. En los Estados Unidos es de seis pies, o sea 1,83 metros. En Francia es un metro. Con todo, la distanciación social resulta volverse una suerte de ética que junta el cuidado propio con algo de social, «yo cuido mi cuerpo, y también el tuyo». Un famoso artista, John Glover, hace dibujos en The New York Times, con figuras a medias pintadas. Y en cuanto al aislamiento prolongado, puede provocar problemas psíquicos, de depresiones a traumatismo. Sin embargo, está claro que la gente sabe que no es razonable salir, pero igual lo hacen. Sobre ese enigma, preguntar a Max Hernández.
Y la ausencia de cine, conciertos, exposiciones en museos, teatros, y festivales durante la pandemia, ha producido inventos de formas especiales para música clásica, con un concierto en línea. Los rapistas americanos inventan diversas maneras de hacerse oír. Ni distracciones, que nos parecían corrientes, ni tampoco funerales. Cuando se muere el padre, la madre, los tíos, las chicos y las chicas, los amigos, el vecino, no se les ha podido acompañar hasta el último respiro con los ritos funerarios tradicionales.
Los efectos diversos de la pandemia, en la India, los aumentan las divisiones entre hindúes e islámicos. En El Salvador y en México, a falta de orden de la Policía, las mafias se ocupan de la organización de la gente. Entre tanto, los museos y bibliotecas de Japón están recogiendo todos los documentos posibles sobre el Covid-19. En La Habana aparece un mercado informal, la única manera de abastecerse para los cubanos. Esto lo dice un cubano, Marcelo Hernández, en La Habana (publicado el 8/6/2020). A diferencia de otras sociedades y culturas, ¡los chinos no consumen! El Estado les pide que olviden el Covid-19 porque, si no consumen, no se puede reactivar la economía. (En un diario de Shanghai, firmado por Caijing Ribao. Esto en abril del 2020.)
En suma, cambiar de vida. Después del confinamiento muchas familias deciden instalarse en la campiña, o en los distritos externos de las ciudades, algo de eso también ocurre en Tokio, París y Nueva York. Por otra parte, venezolanos regresan. Y ciertas nuevas ideas. A saber, la defensa de las minorías. Cálculos de la disminución de las riquezas naturales de aquí al 2040. La modificación del turismo: ahora no quieren lo que llaman «de cuartel». Exceso de población, destrucción de la naturaleza. Lima solo aparece cuando se habla de gastronomía.
II
Y Perú, aquisito nomás.
Estuve preocupado cuando Lima, la semana pasada, estaba cerrada al sur, al norte y por líos en La Oroya, también la carretera Central. Me acordé entonces cómo Evo Morales lo tumba a Gonzalo Sánchez de Lozada. Era lo que llamaban «la guerra del gas», tema que había provocado enormes marchas de indígenas. Le cerraron a la ciudad de La Paz las carreteras. Y Lozada, que le había ganado en las urnas en el 2003, tuvo que fugarse en un helicóptero. Pero aquí, los ministros y otras acciones evitaron un riesgo mayor. Pero seamos sinceros, los conflictos sociales se han acumulado, desde el 2016 a nuestros días, la polarización fue el plato fuerte de la clase política. Y hoy hay una «agenda urgente», como dice el diario El Comercio, a primera página. ¿Resolverlos en tiempo de pandemia, economía venida abajo, y gobierno de transición? ¿Todo a la vez? Con la vacunas que se van a usar, ¿no puede haber alguna que produzca sensatez? He escuchado que hay una que se llama anticojudina. Si se aplicara, por ejemplo, en las leyes sobre el trabajo agrario, habría inspectores que deberían ver los problemas en el terreno y no en la oficinita. En cuanto a los sindicatos, cuya representación se ha esfumado con la aplicación del neocapitalismo que retrocede todo al siglo XIX, y ahí tienen los resultados. Dicen que son 5 conflictos, hay muchos más. Hemos vuelto al tiempo de gremios no reconocidos. Solo nos falta un Manuel González Prada. Porque candidatos a Leguía, veo varios. ¿Bicentenario? Por favor. Si vamos para atrás. Pequeñas minorías paralizan el enorme Perú.