La ONPE decide la doctrina y el plan de gobierno de los candidatos
El más grave problema que enfrenta la democracia es la penosa mediocridad de nuestra clase política, si se le puede llamar así. Volvemos al triste espectáculo de una variopinta colección de trepadores, saltimbanquis y equilibristas que aparecen en cada proceso electoral, como si se tratara de circos de temporada. ¿Se pueden esperar debates ideológicos y programáticos serios en tales circunstancias? Evidentemente eso es imposible.
Hay algunas pocas excepciones respetables en ese tumulto de candidatos improvisados que calientan al borde del campo, pero tampoco tienen un perfil político. No se sabe para qué lado patean en la cancha. Incluso están muy dispuestos a colocarse cualquier camiseta que les permita jugar el partido. La política se ha vuelto una pichanga de amateurs en la que todos están dispuestos a enarbolar las banderas de la corrección política. No tienen nada original que proponer. Han sido hipnotizados para seguir el mismo ideario.
El sometimiento de los partidos políticos a los controles y dictados de un Estado fascista ha llegado al punto en que la ONPE les fija la doctrina oficial y el plan de gobierno. Todos deben comulgar con el enfoque de género, la interculturalidad, el igualitarismo social, los “derechos” o privilegios de ciertos sectores, como los LGTB, la idolatría del ambiente, etc. Y, por último, acatar las disposiciones del Acuerdo Nacional, el invento de Toledo y la “sociedad civil”, que no es parte de ninguna estructura política formal ni figura en la Constitución. En fin, ya para qué exigir a los partidos idearios ni planes. Es una formalidad innecesaria.
La doctrina oficial impuesta por el Estado no responde a los intereses del país. Surge de los manuales de intervención política ideados en los organismos internacionales regentados por el progresismo mundial, quienes reparten la doctrina a los países subdesarrollados, donde la destrucción de los partidos y de la clase política ha sido efectiva. Porque en aras de la transparencia y el fortalecimiento de la democracia, les han quitado autonomía para definir su organización y sus cuadros, y hasta libertad para obtener financiamiento. Incluso han prohibido la reelección para impedir el surgimiento de una clase política. Y toda esta devastación nos la han vendido como una maravillosa reforma por nuestro bien, para prevenir la corrupción y los cacicazgos, renovar la política y modernizar la democracia.
La intervención del Estado en los partidos ha sido obra de trepadores sin escrúpulos que buscan emparejar la cancha hacia abajo, y de agentes del progresismo con intereses nada santos. A más regulación más crisis. Este axioma no solo se cumple en la economía, sino en cualquier escenario. En tales condiciones no esperemos debates inteligentes. Ya todo está diseñado por los organismos internacionales y clubes de oenegés. Los candidatos solo tienen que alinearse al pensamiento correcto. Los falsos debates seguirán el mismo guion que en el último proceso electoral municipal, en que se les impuso la agenda con temas que no tenían relación alguna con los acuciantes problemas de la ciudad ni con las urgentes obras viales que Lima espera hace medio siglo, sino con la igualdad de género, la violencia contra la mujer, el cuidado del medio ambiente, etc. Es decir, la agenda del progresismo mundial.
Debemos prepararnos para un capítulo más de la tragicomedia nacional “Luchando por el sueño de ser presidente”. Dirigida, como siempre, por las oenegés guardianes de la moral, la memoria, la verdad y la transparencia. Empezará con la clásica firma del “pacto ético” y acabará con el falso debate, en donde se les impondrán los temas de “interés nacional”, como la equidad de género y el cambio climático. Tampoco importa quién gane. Cualquiera que sea tendrá que seguir el piloto automático; pero no el que dejó Fujimori. Este ya no funciona más luego de que los copilotos Humala y Vizcarra estrellaran la economía. El único piloto automático ahora es el que diseñan los organismos internacionales. Son ellos los que nos envían los proyectos de ley, las políticas públicas y los acuerdos que debemos firmar. El nuevo presidente no requiere plan de gobierno. Solo tiene que continuar con la agenda global del progresismo internacional, que estará esperándolo sobre el escritorio del Palacio de Gobierno, para continuar lo ya avanzado por Vizcarra. Si alguien se atreviera a salirse del redil y parecer inteligente y autónomo será aniquilado por el establishment. Ni lo duden.