La demagógica “segunda reforma agraria”
El 3 de octubre último, de manera no casual, sino más bien premeditada respecto a la fecha y el lugar, se lanzó, en un acto cargado de retórica y demagogia, una mal llamada “segunda reforma agraria”. Este hecho, que ocupó titulares y pudo haber despertado no pocas, pero vanas esperanzas en un sector del campesinado, nos lleva a tratar de entender qué es lo que se quiere desde el gobierno y qué es realmente lo que el Perú necesita. Sin duda, se requiere urgente acción y no discursos; nos urge un gobierno que no vea pasar los días del calendario sin tomar las riendas del poder y sin limitarse a lanzar frases grandilocuentes que no conllevan propuestas reales y ejecutables.
Cierto es que la presión social, la polarización y la posibilidad de un feroz enfrentamiento entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo llevó a que se realizara un cambio de personas en el gabinete. No es un galardón, pues, que del 28 de julio al 7 de octubre, tengamos ya un segundo gabinete; es decir que el primero, con una baja inicial y contundente, duró solo algo más de 65 días. Quizá este cambio, clamorosamente exigido por la contundencia de la realidad de la ingobernabilidad por parte del Ejecutivo, no deja de poner sombras a ciertas acciones tomadas en días anteriores.
Cuando el reciente 3 de octubre se lanzó la curiosa propuesta de una “segunda reforma agraria”, se hizo gala de un gran desconocimiento histórico: las leyes de reforma agraria en el país, han sido varias, pero la fecha elegida hace referencia, sin duda, a la nefasta decisión que tomó el gobierno de Velasco Alvarado. Y se obvia, por supuesto, mencionar que ese día se produjo un quiebre en la democracia peruana, que le costó al Perú años de retroceso, postergación y aislamiento.
Es curioso que en el reciente pronunciamiento que comentamos se busque, una vez más, generar expectativas en el campesinado, sabiendo que, sin duda alguna, fue el sector menos favorecido con la reforma velasquista. Y en vez de propiciar ahora, y como corresponde, que sea el Ministerio de Agricultura el que cumpla sus funciones y razón de ser –al hacerse cargo de temas fundamentales para el desarrollo del agro como el acceso al agua, el riego, la tecnificación y los caminos rurales para la salida de los productos– se prefiere una acción política y demagógica vacía.
En tanto es cierto que la gran población campesina se dedica a la agricultura de subsistencia –en pequeños minifundios y sin acceso a créditos, títulos de propiedad, implementos y tecnología– lo que se requiere no es una “reforma agraria” política que reviva los fantasmas trasnochados de la confiscación, expropiación ni mucho menos, discursos altisonantes. Lo que se requiere es simple: que se cumpla la obligación del sector agricultura y que se destine, para esos fines, los fondos que, honestamente utilizados, sacarían de la pobreza y de los niveles de tan solo subsistencia a miles de ciudadanos que viven dependientes de esa labor campesina. Una labor hermosa y digna, pero desatendida en cuanto a acceso a modernidad, mercados y eficiencia en el uso de sus propias técnicas ancestrales, asociadas a los adelantos a los que deberían tener acceso.
No será una “segunda reforma agraria” la que les abra los mercados, ni la que les facilite la conectividad para ingresar al mundo moderno de la tecnología de las comunicaciones, ni la que implemente en lugares lejanos, postas médicas o colegios. Es indispensable superar el discurso barato, sensiblero y que busca aprobación inmediata, para pasar a una acción eficiente, transparente, ordenada y realista.
¿Cómo es posible que, en un acto que podría ser calificado de abuso ante el desconocimiento de la gran mayoría de campesinos, se lance una propuesta que, en ese momento, no tenía estructura a nivel de plan de ejecución, cronograma, planificación, presupuesto? ¿Es que puede y debe un maestro, servirse de la esperanza y necesidad de aquellos a los que no ha educado? ¿Es tanta la necesidad de aprobación que se recurre a esas acciones, vacías de contenido y excesivas en palabras altisonantes?
No puede dejar de reconocerse que, a pesar de los estragos de la infausta y negativa reforma agraria que parece que se quisiera actualizar o traer al presente, el Perú se ha convertido, en pocos años, en un país altamente agroexportador. Con una agricultura aún por crecer pero eficiente, que da trabajo a millones de personas e incide notoriamente en la economía del país y de miles de familias, se ha logrado incorporar a pequeños agricultores del interior a los que se les paga justiprecio por productos peruanos de la más alta calidad, que llegan al mercado internacional y deslumbran, como lo hace, en el mundo entero, el oro y la plata peruanos. Tampoco se puede desconocer que grandes y pequeños productores se han beneficiado con la existencia de más de 20 Tratados de Libre Comercio, que permiten que los productos peruanos se inserten, por excelencia y competitividad en los mercados del mundo entero.
Lo cierto es que el país sigue a la espera de que se tomen las riendas del gobierno y se ejerza el poder que se ha asumido, se ejecuten los planes que están en proceso, se viabilice y se haga eficiente, por ejemplo, obras viales urgentes, se simplifique la administración pública, se respete la meritocracia y se aleje la sombra del terrorismo como socio de gobierno. Y sobre todo, se deje de lado el discurso que solo conduce al aplauso pasajero, para demostrar que se quiere y se puede realmente hacer de este país un lugar en donde haya riqueza, justicia y salud para todos.