Las polémicas en torno al nuevo canciller peruano
La tecnología de la comunicación es el elixir de nuestros días. Fuera del Perú veo la tele limeña y los diarios encabritados por el retardo —de 8.30 pm a 11.30 pm—, cuando el país esperaba la juramentación de los miembros del gabinete. ¿Qué pasó esa noche? ¿Disidencias internas? Pero el chisme no es mi fuerte. Sin duda la designación de un Primer Ministro investigado por apología del terrorismo. Qué de indecisiones y peleas, ¿en el seno de los vencedores electorales? En esta nota periodística yo no soy sino un cronista. Por lo tanto resumo el estado de ánimo de la peruanidad. Miren lo que dicen los diarios en esa mañana del 30 de julio.
El Comercio, «Inaceptable y vergonzoso» ; Correo, «Premier Bomba» (acaso se recuerda las bombas que soltaba Sendero Luminoso años atrás) ; Perú21, «Comenzó el desgobierno» ; Exitosa, «Gabinete de miedo» ; La Razón, «Castillo dinamita el país» ; La República —considerada de izquierda— «No, señor presidente» ; Expreso, «Se impuso Cerrón»; Ojo, «Peor imposible» ; El Trome —periódico muy popular— «¡El Perú en peligro!». La gente lo ha sentido como que te invitan a una cena y no te dejan ni entrar y te tiran la puerta en las narices.
Sin embargo, la presentación del proyecto del poder Ejecutivo, como es normal, había comenzado apenas horas anteriores, y el 28 de julio, el ciudadano Pedro Castillo, en su rol de presidente de la República, daba su discurso en el Congreso y levantaba el paño del programa de cambios y proyectos. Lo he escuchado. Saluda a los presidentes de las hermanas repúblicas, Argentina, Bolivia, … y al Rey de España. Y esta frase adecuada, «y mujeres y hombres de mi amado pueblo peruano». Luego, si no me equivoco, comienza con un saludo «a mis hermanos descendientes de los pueblos originarios». Pensé entonces en mi amigo Henri Favre, gran indigenista francés, le hubiera encantado escucharlo, se refirió el actual presidente a algo ya no «indigenismo» sino el «indianismo en gestión del Estado». Tema que examinaré en otra ocasión.
Hubo un momento personal. El presidente actual se reconoce como el niño de Chota que estudió «en la escuela rural N° 10475 del caserío de Chugur». Dijo «que era un inmenso orgullo estar aquí hoy». Sabe qué es lo que ahora representa, «es la primera vez que nuestro país será gobernado por un campesino» y no perdió la ocasión para hablar de los peruanos de «los sectores oprimidos por tantos siglos». Luego vino sus «líneas políticas», que yo traduzco en acciones públicas.
La lista fue larga, lucha contra la pandemia, la salud, prometiendo un hospital en San Juan de Lurigancho y uno en el VRAEM. Luego la reactividad económica. En algún momento de su discurso niega el temor que se había producido en la campaña electoral «que queríamos expropiar ahorros, casas, automóviles, bienes de propiedad», etc. «La propiedad está garantizada por el Estado». Luego vinieron los diversos proyectos, mejora del nivel de empleos, transferencia tecnológica, y luego una lluvia de promesas, por ejemplo, «llegar a fin de año a más del 70% de la población vacunada». Y un millón de empleos en un año. Y «3000 millones de soles para Municipalidades y Gobiernos Regionales para la aceleración de las inversiones. Mil millones de soles para arreglar trochas carrozables a los centros poblados». A lo que se suma «700 millones de soles para el programa Trabaja Perú, de pequeñas obras para el empleo. Y «transferencia directa e inmediata de apoyo financiero de 700 soles a cada familia vulnerable». Debemos detenernos ahora porque hay otros programas, por ejemplo, la reprogramación de las deudas a las Mypes. Supongo que el discurso será editado en el diario El Peruano.
Pero fuese el actual u otro presidente, no puedo yo dejar de tener una actitud neutral y crítica. Por ejemplo, el presidente habló de «un nuevo pacto con los inversores privados», tema que todavía no se puede saber qué quería decir. Y otras incógnitas. Lo primero, ¿con qué dinero fiscal se puede contar para esas obras gigantescas, luego de las pérdidas provocadas por la pandemia? En segundo lugar, los programas de apoyo estatal a las clases populares y pobres suponen una masa enorme de funcionarios. ¿Existe esa riqueza en el PBI actual para los salarios de funcionarios estatales?
Por mi parte, pienso que la combinación de economía de mercado y Estado fuerte que se ocupan de la sociedad existe en Europa —en Suecia, Francia, etc.—, y en Asia en la China post Mao. Seré más claro, se podría tener esa inversión estatal si el manejo de la economía de mercado libre continuase y orientado por un Estado potente que invertiría en la Salud, la Educación, las empresas populares. Pero ese sistema híbrido de capitalismo y gobierno social no aparece en las ideas del partido Perú libre. Puede que en los nuevos ministros.
El ruido en torno a Héctor Béjar
No me sorprende en nada que Béjar sea ministro. Tiene la cultura, el conocimiento del mundo exterior, y personalmente, la serenidad y los modales de un diplomático. Lo conozco bien, pero lo que me sorprende es cómo lo tratan en estos días en su país, el Perú, y cómo lo trata Wikipedia, o sea Internet, el planeta, en varias lenguas. El amable lector puede consultar Google y encontrará lo que sigue: ocupación, «sociólogo, artista plástico, partisan (en castellano, militante), catedrático, escritor y político». En cambio, en el diario limeño El Comercio, la periodista Karem Barboza lo mezcla con Fidel Castro y lo que cuenta para ella es su guerrilla, y no su vida, sus libros, y no le importa nada que sea profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la PUCP. El tiempo de guerrillero fue en 1964-1965. Detenido en 1966, en 1970 decide apoyar al gobierno militar después de darle la amnistía el propio general Juan Velasco Alvarado. Nada sobre su trabajo en los medios rurales, apoyando la reforma agraria. Y más tarde, cuando cae Velasco, con otros intelectuales, forman el CEDEP y fundan la revista Socialismo y Participación. De sus libros, casi nada. Resulta que en 1965 escribe uno en que confiesa la razón por la cual su actividad guerrillera no tuvo efecto, y ese libro gana el Premio de la Casa de las Américas. Ya doctor en Ciencias Sociales, publica en el 2010, Mitos y metas del Milenio. Y otro libro, anterior, Justicia Social, Política social con varias ediciones.
Defendiendo a Béjar desde el punto de la verdad. Ya esa cloaca que por momentos son las redes confunde guerrilleros y terroristas. Los guerrilleros, en todo el continente los hubo, con un fusil o una ametralladora se iban al monte. A enfrentarse con soldados. El terrorismo es otra cosa. Fue lo que hizo Sendero Luminoso el 16 de julio de 1992, al hacer estallar dos autos —los cochebombas— que mataron a 25 inocentes personas en la calle miraflorina de Tarata. Fueron 12 años de terrorismo de Sendero Luminoso. La diferencia es gigantesca. No saben, no conocen. El guerrillero se expone. El terrorista se esconde. ¿Entendido? Y Javier Heraud, poeta, muere en el combate. Y entre otros, Chang, que fue a visitar al Che Guevara, cuando lo capturaron y moría. Se puede discutir si la guerrilla era el mejor camino, por lo visto no. Fracasaron también en otros países. Pero mezclarlo con el terrorismo es una maldad propia a la crisis mental y ética de nuestros días. De su itinerario y sus ideas, me he ocupado repetidas veces en este mismo diario virtual, El Montonero. Por ejemplo estos artículos de años atrás:
– El tercer Béjar, en la Derrama (28 de septiembre de 2015)
El auditorio y la galería superior estaban atiborrados, y como se dice, no cabía un alfiler. Héctor y un nuevo libro. Lo sabíamos enfermo y gravemente. Los médicos lo han salvado, y una vez más su coraje. Esa noche no fue un mitin sino una ceremonia. Coro de San Marcos, himnos, y mesa de debate. El historiador Antonio Zapata que explicó los años 60. Haydée Chamorro de San Marcos, Marco Sipán dirigente de Patria Roja, Federico Helfgott, antropólogo de Michigan. Y Víctor Aguirre, Nelly Reyes. El libro de Béjar se titula Retorno a la guerrilla. Algo provocador y equívoco, no dice que su autor, repuesto de sus males, anuncie su vuelta al monte, metralleta al hombro. […]
Hay tres Béjar. El militante comunista y luego fundador del ELN, el guerrillero. El segundo, junto a otros que reúne Carlos Delgado, con Velasco. En esa noche se refirió, escuetamente, “un momento en que un grupo militar liberó fuerzas sociales y políticas”. Hoy el tercer Béjar es el profesor, don Héctor, querido y apreciado. El que viene de su doctorado, que viaja y estudia, y que desde una perspectiva altermundista piensa y escribe. El tercer Béjar en la noche de la Derrama fue para luchar contra esa ley inexorable que en el Perú es el olvido y el calculado silencio.
No explicó su guerrilla, ya lo ha hecho en un ensayo autocrítico que publicaron los cubanos hace años. Aunque esa noche dijera “nuestro pueblo siempre ha tenido razones para sublevarse”. Más bien fue un Béjar calmo y sonriente hablando de sus camaradas. De ellos, los olvidados, minuciosamente, evocando a Camba y a Pachi, comuneros. A Mario Rodríguez y a Antonio, soldados del ejército, parte de los alzados (cosa que hasta ahora ignorábamos). Y a José Tope Apaza, obrero de construcción. Béjar los mencionaba como si hubiesen muerto ayer. Nemesio Junco, el balsero. Sinceramente, no sabíamos que eran tantos y diversos. El cortejo de sombras desfiló esa noche con su carga trágica. De ahí el libro. Que comentaré aparte. Es otra sorpresa, memoria e historia.
Y de esa noche unas frases. “Han desaparecido los gamonales. Se ha acabado con el pongo y el trabajo servil de los indios”. “El movimiento guerrillero se inscribía en la gran movilización mundial contra el colonialismo”. Y desde los “micropoderes de los débiles”. Y esta otra, de paso, “el poder no está en el fusil sino en la calidad moral del que lo porta”. No estuvo mal para una noche de rumores de golpe. El tercer Béjar es aquel que no olvida. Aquel Perú donde no había héroes a lo Oropeza.
Noche de gente joven y de la antigua izquierda, no la sabionda, con cátedra y que nunca corrió riesgos. Confieso que canté la Internacional. Hacía tiempo que no lo hacía, desde la Yugoslavia de Tito, con mi hermano socialista autogestionario, Carlos Franco, locos de esas quimeras generosas. Béjar propuso una letra distinta: “Arriba parias de la tierra”. Yo me he quedado en “arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan”. Bueno, amable lector, ¿quién quiere el partido único, el totalitarismo? Ni Béjar ni los presentes de esa noche. Más bien la esperanza de hacer una política sana. Hoy no hay guerrillas sino algo hasta peor. El asalto claro, mafioso y deliberado al poder para enriquecerse.
– Héctor. Aquiles sin Ilíada (02 de marzo de 2015, El Montonero)
A Héctor Béjar, le ha hecho un excelente reportaje Carlos Cabanillas en el último Caretas, el que todavía cuelga en los quioscos. Béjar está en tratamiento con quimioterapia. Valiente como siempre, lo revela y enfrenta el reto. Del fondo del alma espero que se reponga. En el Perú, por lo visto, hay que estar grave para que la gente repare en el valor de algunos. De Héctor, Aquiles sin Ilíada. Guerrillero, velasquista, de izquierda, gran profesor, ¿eso es todo? ¿Sabe el amable lector quién es Béjar? Es Calixto, así lo conocía el Che Guevara. Obviamente un seudónimo. Es hora de saber que el Che no estuvo en Bolivia para hacer la revolución en ese país, eso es un disparate; el Che se disponía a llegar al Perú y liberar a Calixto de la prisión, y “encender la pradera”. Ese es Calixto, llamado Béjar. El mismo que dice hoy: “me han marginado”.
Béjar hizo don de su vida cuatro veces. La primera, entró a lo más radical que encontró en ese país conformista y envilecido por la prosperidad de la dictadura de Odría. Al Partido Comunista. Era un don, un pequeño partido, las masas (que no eran tantas) y las urnas estaban con el aprismo. La suya fue también mi opción. En lo que me concierne, una noche Milagros Leiva me entrevista y me dice, con aire de reproche: «¿Cómo has podido ser comunista?» ¿Qué otra cosa se podía ser, entonces, Milagros? Si se quería ser honesto. Acaso aprista. Quien sabe, tímido reformista. También mirar el techo y disimular el país infame que fue el de nuestra juventud. Béjar fue expulsado y yo, me fui, desilusionado. Nunca lo he contado.
La segunda ofrenda fue la guerrilla. Un error, pero no se sabía, o poco, lo que anhelaban los verdaderamente pobres, los campesinos. Querían la tierra, no el poder. Y eso lo entendió Hugo Blanco. Y Saturnino Huillca. Otros olvidados. Ellos, con tomas de tierras, cambiaron el Perú sin todas las sangres, con un puñado de rebeldes que hablaban quechua. El tercer don de su persona es aceptar trabajar con Velasco. Pueden decir lo que quieran, no fue para enriquecernos […] y Béjar, posteriormente, como Carlos Franco y Francisco Guerra García, fueron el CEDEP. Fraternos, sencillos y modestos, acaso en exceso. A Franco no se le ha terminado de entender. A Pancho, tampoco, honesto y estadista. ¿Qué hubieran podido ser? Todo. En cuanto a Béjar, ¿el último don? Libros, clases, viajes, militante en el altermundismo. Un Béjar informado de la sociedad peruana y del mundo.
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En fin, para mí la fraternidad de los amigos es mi religión. Ocurre que Béjar y el que escribe nos encontramos por azar, diversas veces. Entrando al San Marcos de mi juventud, había tres posibilidades de asociación de jóvenes: los apristas que eran mayoría, los indiferentes que lo eran también, y los comunistas, que éramos pocos pero que no entrábamos, nos llamaban. Luego, siempre el azar, cuando Velasco: a Héctor lo incluye el propio Velasco, a mí uno de los que reclutaba, Carlos Delgado. Fuimos parte del SINAMOS. Junto a Francisco Guerra García, Carlos Franco, tantos amigos, tan valiosos, tan honrados. No nos hicimos ricos pese a que ese Estado era inmenso, y no con las maquinarias para escrudiñar las instituciones, por esa plaga que envuelve a muchos peruanos a dar el salto a la riqueza malhabida —que es la mentalidad de muchos, hay que decirlo—, no lo conocíamos entre el 70 y el 90 de fin de siglo.
Es lamentable y curioso lo que pasa en estos días en torno a Héctor Béjar. Conocido y apreciado en el extranjero, pero discutido en su propio país (¿?) ¿Por qué a los peruanos con valor y dones se les expulsa? No es la primera vez. ¿Qué hubiera sido de Mario Vargas Llosa si se quedaba en Lima? Partió a encontrar editores y lectores. Cuántos peruanos se han ido, para siempre. Julio Ortega, José Miguel Oviedo que, si no se podía editar en Lima sus libros, nuestras universidades podían invitarlo. Nada de eso. A los Estados Unidos se han ido para siempre como centenares de peruanos. Luego hay los que nos observan viviendo lejos, acaso para ser más libres. Así, nos vienen las cuatro verdades en los libros de Francisco Durand, docente en Texas. «Riqueza económica y pobreza política». Es lo que nos cae como anillo en el dedo. Y lo que nos dice Aldo Mariátegui, desde Madrid. Pero esa enfermedad de la envidia que cierra puertas, viene de lejos, no se hagan. Mariátegui, tan alabado, se iba de Lima cuando lo recoge la muerte. Vallejo no volvió nunca porque lo hubieran perseguido por aprista, comunista y partidario de la España republicana. Pero con R. Benavides en esos años de presidente, lo iban a despedazar en alguna celda. Y de ahí «me moriré en París y no me corro. Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño». Nuestro gran poeta no podía regresar.
La simple verdad, estuvimos en caminos distintos para liberar a los indios de la secular servidumbre. Para Béjar, el sacrificio del guerrillero. Yo no fui al monte porque encontré otro camino, por azar. Un diario de Lima, Expreso, me envió como corresponsal de guerra al Cusco que ardía: las tomas de tierras de los hacendados, sin arma alguna. Descubría, pues, otra estrategia, sin sangre, no se incendiaba la casa de los propietarios. Era una presión inteligente de las masas y campesinos que a lo largo de los siglos XIX y XX perdieron sus tierras. Encontré una elite campesina, una Federación dirigida por un indígena cusqueño, Saturnino Huillca, cuya vida recojo en un libro que gana un premio en la Casa de las Américas, en La Habana. Sin ese movimiento popular en el sur, los militares y Velasco no hubieran hecho la reforma agraria. Y nos volvimos a encontrar.
Alguna vez conversando con un amigo mexicano, cuando hablamos de Béjar, el mexicano me dijo que si fuera la cosa en México ya tendría un monumento. Mi libre opinión es que para la gobernabilidad de estos días, algo de lo mejor que se ha hecho en materia de recursos humanos es integrar a Héctor Béjar. Será un ministro ejemplar, tiene mundo. Pienso que por su experiencia es un gran regalo a la patria, cuando no evita la problemática del nuevo Perú que se quiere con cambios profundos. En cuanto a la versión del diario El Comercio, se nota que no se ha entendido el título del libro de Héctor Béjar, Retorno a la guerrilla. ¡Es una metáfora! Una alegoría que se toma en sentido figurado, o sea la vida como lucha, como contienda y desafío. En fin, ese libro goza de una escritura y unos textos que se combinan con folios y hojas de mensajes apretados, a la vez libro borrador y vademécum. Me ocuparé pronto de ese libro, muy especial. De todo lo dicho, el guerrero, el profesor y el pensador, insisto, el escritor. Sí pues, en nuestro tiempo, en el siglo XXI, hay el «sujeto múltiple». No hay que asustarse. Las sociedades han cambiado y también los individuos, muchas posibilidades, libres en sí, y varias artes como la escritura, la creatividad. De pronto nuevas formas de democracia, puede ocurrir. Hasta la próxima.
- En el momento que parte esta nota, en Santiago de Chile, en el diario El Mercurio, se celebra un «exguerrillero para la Cancillería». Y luego hay un resumen de la vida de Héctor Béjar, nuevo ministro en RREE, «Calixto» como lo llamaba el Che Guevara, y de «una vida de aventura», y su «espíritu académico».