Tres décadas después de la derrota del colectivismo terrorista
El lunes 12 de septiembre se recuerda un año más de la captura de Abimael Guzmán, también conocido como “presidente Gonzalo”, líder del Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso. El senderismo desarrolló una guerra del terror contra el Perú con el objeto de controlar a la sociedad en base al asesinato y la eliminación de poblaciones enteras. En algún momento, en los Estados Unidos y otros países, diversos sectores llegaron a señalar que el Perú no era viable como país por la combinación del avance terrorista y la destrucción de la economía por el Estado empresario.
Sin embargo, en muy pocos años, una alianza de los campesinos con las fuerzas armadas derrotó sin miramientos el control senderista en el campo. Luego el mando senderista se trasladó a Lima y las ciudades, bombardeando edificios públicos y barrios mesocráticos, como el atentado de la calle Tarata, en Miraflores.
De pronto la sociedad entera reaccionó y, de alguna manera, ricos y pobres, citadinos y campesinos, los ciudadanos de los barrios mesocráticos y de las comunidades en las alturas de las punas, se unieron en una guerra nacional contra el terror. Quizá se organizó el momento más avanzado de la peruanidad y de la idea de Perú. Ninguna de las guerras que se han librado en el país en más dos siglos de historia republicana –ni siquiera la independencia de España ni la Guerra del Pacífico– tuvo el contenido nacional y de expresión de peruanidad que la guerra contraterrorista.
Por ejemplo, la independencia de España fue la batalla de un grupo de criollos extranjeros y mercenarios europeos. El mundo indígena siempre estuvo del lado del realismo y se rebeló contra la República en defensa del monarca español. Muy por el contrario, la guerra campesina contra Sendero puede ser considerada el primer momento en que los Andes se suma a la peruanidad, a la idea de Perú.
De otro lado, más allá de algunas violaciones de derechos humanos de parte de la Estado –que todos debemos condenar–, la guerra campesina y popular en el campo contra Sendero fue una verdadera expresión del pueblo en armas, del que hablaban los teóricos republicanos cuando se referían a las milicias republicanas.
Planteada las cosas así, ¿cómo es posible que los peruanos y la sociedad no celebren la captura de Guzmán y el triunfo sobre el terror? ¿Cómo es posible que, en el currículo escolar, no exista un curso nacional sobre la guerra contraterrorista? ¿Cómo es posible que en las plazas no existan monumentos a los héroes campesinos que salvaron el campo y el Perú del control senderista y posibilitaron la pacificación nacional? ¿Acaso no estamos frente a una forma de racismo encubierto cuando nos negamos a que las calles de las ciudades lleven el nombre de los héroes campesinos?
¿Qué nos pasó? ¿Qué nos sucede? La única respuesta posible: los relatos y narrativas sobre la reciente guerra campesina le robaron al Perú su mejor momento de peruanidad. El informe de la Comisión Verdad y Reconciliación (CVR), con sus tesis del “conflicto armado interno y la violación sistemática de derechos humanos de parte del Estado”, le expropió al Perú su mayor expresión nacional. El informe progresista, con gran maniqueísmo, puso por delante algunos casos de violaciones de derechos humanos –condenables desde cualquier punto de vista– y ocultó una de las mayores movilizaciones campesinas contra el terrorismo comunista en la región.
Los relatos y las fábulas, entonces, pueden terminar destrozando a un país. Increíblemente, esos mismos relatos que nos quitaron el mayor momento de peruanidad, posibilitaron la elección de Pedro Castillo.