Confusión, conflicto y división inútil
En estos tiempos de confusión, hay demasiada gente tratando de hacer pedazos nuestra precaria, incipiente y frágil identidad nacional. A diferencia de María Rostworowski, yo sí creo que existe una nación peruana. Aunque las diversas instituciones que han tratado de estructurar un Estado para esa nación sean fallidas en gran parte. Las definiciones formales de “nación” no ayudan mucho a establecer su existencia porque en rigor solo se cumplen con pequeños grupos humanos; menos aún cuando requerimos definir una nación de (casi) todas las sangres, genética y culturalmente mestiza.
Muy pocas naciones cubren el criterio de “un mismo origen (étnico)” y nuestro Perú no es la excepción. Sí contamos, en cambio, con una conciencia de pertenencia a uno o varios pueblos que comparten un territorio y una tradición (relativamente) común. Aunque todos no hablemos una misma lengua materna, en una nación pueden coexistir varias lenguas pero siempre con una lengua franca que hace posible que (casi) todos puedan comunicarse. Esa lengua es el español (castellano) en el caso peruano.
Una identidad nacional se define validando los elementos que definen la nación. En nuestro caso, en medio de la diversidad étnica y cultural de origen, no hay ninguna duda de que el mestizaje andino-hispano constituye la base fundamental. La tradición religiosa es de raigambre cristiana europea (sobre todo católica), con aportes sincréticos de cultos que provienen de la diversidad étnica. El territorio que ocupamos se acompaña de hechos y cicatrices de una historia común.
Se pretende un conflicto a partir de las tantas lenguas maternas que tenemos en nuestro Perú. No podemos negar que nuestra lengua franca, el español, tiene enorme fuerza y preeminencia sobre las otras. No se puede justificar la segregación que se verifica en muchos casos contra quienes no tienen al español como lengua materna. Pero tampoco debemos pretender un conflicto, porque nos guste o no, las otras lenguas en vigencia tienen como destino acompañar a nuestra lengua franca que debe unirnos y favorecer una eficaz comunicación. No olvidemos que contamos con una cincuentena de otras lenguas y que solo el quechua tiene ocho o diez variantes muy diferenciadas que con mucha dificultad pueden comprenderse entre sí.
No hay conflicto real, sino acaso la tarea de fortalecer nuestra lengua franca, materna para el 85% de nuestros ciudadanos. Para ese 15% que posee otra lengua materna, se debe definir espacios bilingües limitados a un mandato pragmático que no abandone el objetivo de comunicarnos con eficacia.
La parte más compleja en este esfuerzo por definir una identidad nacional es la interpretación caprichosa, retorcida y absurda que se pretende de nuestra historia. Nadie como el gran historiador José Antonio Del Busto lo establece con claridad y contundencia: “(A los peruanos) les cuesta asimilar la idea de la Conquista […] se trata de entender que no somos vencedores ni vencidos sino descendientes de los vencedores y vencidos. Hay que saber asumir la realidad. Somos peruanos antes que blancos o indígenas, somos mestizos […] lo que queremos es la grandeza de todo el Perú y no el predominio de un sector de sus habitantes”
Hay que saber asumir la realidad. Claro y contundente. Del Busto nos dejó hace unos años, pero su legado se yergue inmenso, vital y vigente. Va creciendo con el tiempo y luce hasta profético si vemos el antojadizo acontecer de las últimas semanas. Dos grandes raíces, andina e hispana, son la base de nuestra nación. No podemos desestimar ni estigmatizar ninguna de ellas con riesgo a caer en un abismo de ignorancia, contradicciones e incoherencias. Imposible concebir una pieza de música andina sin contar con instrumentos de origen europeo. Nuestra base espiritual religiosa la define el sincretismo de cultos locales y la influencia cristiana. Todas las lenguas indígenas en esta parte del mundo eran ágrafas y habrían seguido el inevitable camino de la extinción si es que no hubieran sido dotadas de alfabeto y gramática, principalmente por misioneros jesuitas y dominicos. Dionisio Inca Yupanqui fue un descendiente de la nobleza incaica que luchó como oficial del ejército español contra la ocupación napoleónica y fue nominado diputado por el Perú en las Cortes de Cádiz en 1810.
Es hasta risible y rayano en lo ridículo que se hable de descolonizar, mientras se usa un sombrero de origen español; que se condene la extranjerización luciendo un traje de origen hispano-venezolano; que se pretenda satanizar la Conquista, montando un caballo andaluz; que se desconozca el aporte europeo en tecnología agrícola, pero al mismo tiempo se usen tanto herramientas de labranza como carruajes con ruedas y fuerza animal (caballos, acémilas y bueyes) en el campo andino.
Una división inútil de los peruanos solo favorece el oportunismo político de liberticidas que pretenden erigirse, sobre los escombros de nuestra sociedad, como los falsos líderes en la construcción del siempre maligno y fallido paraíso en la Tierra por parte del estatismo. Defendamos nuestra identidad nacional de (casi) todas las sangres que, aunque precaria, incipiente y frágil, es nuestra. Defendamos la vida, la patria y la familia. Levantemos las manos, la voz y la frente, lancemos con fuerza la frase que está revolucionando nuestro subcontinente gracias a la gesta de ese gran argentino, Javier Milei: ¡Viva la Libertad, carajo!